Objetos inquietantes, los espejos. Vinculados a la magia, a la personalidad disociada, a los mundos paralelos. Desde que entran en la literatura con los mitos griegos ya no dejarán de refractarse en ese espejo de tinta que se prolonga desde Las mil y una noches a la serie Black Mirror. El que atravesó Alicia, el que enloqueció a Maupassant, aquél donde mora Bloody Mary, y cien más. Álvaro Bermejo nos propone una inmersión en lo maravilloso, con El libro de oro de los espejos mágicos.
Texto: Qué Leer. © Joseba Urretavizcaya
Un espejo puede convertirse en algo muy perturbador. ¿Sólo por los relatos en los que llevan a la locura a quienes los desafían?
En realidad, nos desafían a todos, porque fueron nuestra primera herramienta introspectiva. El término reflexionar viene de reflejo. Y especular, de espejo. Los libros también lo son: espejos bidireccionales en los que ves los mundos que te aguardan fuera, pero también los que palpitan en tu interior.
En el espejo te reflejas como crees que eres, pero desde una imagen invertida.
Una y otra remiten a proyecciones incontrolables, con todas sus derivadas estupefacientes. Lo cuenta un relato de Chamisso, Peter Schlemilh o el hombre que perdió su sombra, al que le da la réplica otro de Gautier. Su protagonista enloquece porque cree haber perdido su reflejo. Ambos admiten una lectura muy contemporánea en todo lo que afecta a la civilización de la imagen. Sin nuestra «proyección social», no somos nada. No olvidemos que quienes no se reflejan en los espejos –los vampiros, por ejemplo- pasan a engrosar la legión de walking deads que habitan la literatura del escalofrío.
Otra variante literaria pasa por la posibilidad de que esa sombra o esa imagen cobren vida propia.
Es un clásico, también con sus fractales, como esos relatos protagonizados por dobles maléficos que emergen del espejo, desde el Harry Haller de El lobo estepario, a El Doble, de Dostoievski. Todos proceden de una figura concebida por Gautier. La llamó Doppelgänger –«el doble que camina»-, y remiten a otro signo de los tiempos, la personalidad disociada. La lectura divertida nos lleva hasta la Rayuela de Cortázar, donde Traveler ejerce como doppelgänger de Oliveira.
Ha dejado entrever otras derivadas. ¿Cuáles le interesan más?
Aquellas en las que sale del espejo un ser atrapado en otro plano dimensional. Tres de los relatos que comento aluden a femmes fatales literalmente fascinantes. Frente a la terrible Giulietta de Hoffmann,la angelical princesa Hohenweiss, de George McDonald. Un final triste, pero maravilloso.
El espejo, la mujer y el demonio. ¿De dónde procede esa asociación?
Posiblemente, desde el primer espejo. En El Jardín de las Delicias vemos a una mujer a punto de ser poseída por un demonio con cabeza de asno, reflejándose en un espejo negro, cuyo soporte son las posaderas de otro demonio a cuatro patas. El Bosco plasma lo que dictan predicadores como Juan de Salisbury –«El espejo es el culo del Diablo»-. El espejo como emblema de la concupiscencia, y la mujer como sierva de Satanás. La prevención se extiende desde las brujas de Tesalia a los modernos cultos Wicca, pasando por la frondosa literatura Fairie. Todas son hijas de Morgana. O de Lilith, la primera mujer de Adán, la primera bella de tinieblas. Unas conducen a la redención, como la Diótimade Novalis, otras a la autodestrucción, como la Assirata de Bouquet. Eros y Tánatos, amor y muerte, suponen anverso y reverso de un mismo espejo que enmarca todas nuestras pasiones.
Su libro se presenta como un laberinto de espejos. Más de un centenar tomados de la historia, la literatura, el cine. ¿Le ha costado elegir?
Se elegían ellos mismos, a través de esos espejos fantásticos que convierten en imaginarios a sujetos bien reales, como Nostradamus, Swedenborg, o el misterioso doctor Dee. En la Inglaterra isabelina, firmaba con una clave que hizo suya el agente secreto más popular de todos los tiempos: 007.
Cada espejo, su función. ¿Le ha costado ordenarlos?
Ha sido complicado. Sólo el apartado de los materiales abre más de veinte variantes, incluidas los de tinta o los de sangre. Unos se emplean para conjurar presencias, otros para capturar almas errantes. Los más temibles son los que parecen inocuos, hasta que te acercas a ellos sobre la medianoche…
«Cuenta la leyenda que si alzas un espejo frente a otro creas un portal infinito que te llevará más allá de las estrellas» ¿Pura literatura?
Los astrólogos babilonios empleaban espejos para captar la «luz primordial», con la misma fe que alienta en los espejos del telescopio Hubble. En cuanto a la literatura, mucho antes de la saga Stargate, los espejos ya abrían puertas dimensionales. El que atraviesa Alicia rumbo al País de las Maravillas encuentra su réplica irrisoria en el que levanta James Joyce. En su Ulises, hay un momento tragicómico en el que Leopold Bloom y Stephen Dedalus, muy pasados de pintas, ven a William Shakespeare emerger de un espejo tabernario.
¿Qué tienen en común El señor de los Anillos y la saga de Harry Potter?
Inevitablemente, sus espejos. El de Harry Potter es muy freudiano. En su espejo se reflejan nuestros más ocultos deseos -por eso se llama Oesed, la inversión de deseo. Los de Tolkien se acercan más a Jung. Sus espejos, los Palantiri, permiten leer las mentes, incluso lo que puede suceder y aún no se ha manifestado. Operan como espejos polarizados del Anillo Único y de su inversión, el Ojo Único que preside la fortaleza de Sauron.
¿Por qué encontramos tantos espejos en los cuentos infantiles?
No nos apresuremos a calificarlos como infantiles. Remiten a las pruebas del camino iniciático, el de la vida, despiertan el subconsciente e insertan principios inmutables. ¿Cuáles? Aquellos que defienden el sentido espiritual de la existencia. Nuestro mundo ha sucumbido al síndrome de la madrastra de Blancanieves. Ya no somos nadie sin consultar a cada instante uno de esos espejos negros de última generación -la generación Black Mirror-, a los que llamamos i-Phones.
La magia del espejo negro, ¿sigue vigente?
El abracadabra, el ábrete sésamo, no tiene fin. Ningún destino más apetecible que ese país de Jauja cifrado en el Metaverso del gran demiurgo de nuestro tiempo, Mark Zuckerberg. Un mundo de replicantes, adictos a los selfis con vida propia.
«Todo lo que te he venido contando comienza por un encantamiento y concluye con un misterio». ¿A qué encantamiento y a qué misterio se refiere?
Todos somos espejos vivientes, lo dicen hasta nuestras «neuronas espejo». Espejos mágicos que nos transfiguran a medida que aprendemos a descifrar lo que vemos en los demás y dentro de nosotros mismos. Tal como nos cuentan esos relatos donde los espejos rejuvenecen a quien se mira en ellos, o les deparan una elocuente ceguera, o les revelan el paradero de ese tesoro oculto que –permítame que insista-, no es sino el de conocerte a ti mismo.
Entonces, ¿los espejos mágicos, saben más de lo que reflejan?
No le quepa duda. Cocteau decía que los espejos deberían reflexionar un momento antes de devolvernos nuestra imagen. Estaba equivocado: siempre lo hacen. Los irreflexivos somos nosotros.
EL LIBRO DE ORO DE LOS ESPEJOS MÁGICOS
Álvaro Bermejo
Algaida,