Cuando la cultura se encarna en un autor sucede el paso al milagro de la transparencia, donde todo lo expuesto se entrelaza con otra virtud: la naturalidad, con la que pelea la concepción del poema como artificio desde tiempos inmemoriales, y ya no digamos si en público leído. En esta dirección, Santiago Alba Rico (Madrid, 1960), pensador en términos máximos y figura clave del imaginario del edificio A y de la filosofía española, al margen de su relación con el mundo árabe, y un poco como Kaváfis —se trata de la primera pieza poética publicada del autor, pero no la primera escrita, lo que convierte a Caídas (Visor, 2024), premiado con el Premio «Jaime Gil de Biedma», en una suerte de libro in medias res—, nos regala los resultados de este proceso, que él mismo atesora al fin y para nuestra suerte, en forma de un catálogo de catábasis que trasciende toda enumeración, aunque el libro se gestara, casi con seguridad de concepto, bajo dicha premisa, enseñándonos las diferentes formas de caer bajo el magisterio de otro cayente o descendiente: Dante, que no por nada atraviesa el libro en forma de citas liminares, guiños y notas, haciendo las veces de figura tutelar. Así, registros, acercamientos e imágenes dispares se arrejuntan en voluntad dando lugar a un abanico plural y heterogéneo misteriosamente equilibrado, de la nieve a las ballenas y del bar Orsay (si es que es donde tomo yo café cuando me da por situarme en los albores del Bernabéu cuando no hay fútbol, es un milagro) a la muerte de Marat, en versos de vuelo y juego, en serio y en gracilidad, pues este libro abarca desde un afán popular-horizontal de entendimiento a figuras como Ícaro: «Si los ángeles también roncan, ¿cuál es entonces el mensaje?».
Es también de rescatar la forma, el abordaje del poema como espacio para el acontecimiento que insinúa a un escritor que lleva escribiendo poesía tiempo, y que se traduce en variedades: de algún soneto a coloquialismos a bailes con palabras esdrújulas y un sentido del verso que va del hecho por monosílabos (como metáfora de la austeridad y la desnudez) a otros de desarrollo casi como versículos, estos últimos más empleados en poemas de aliento, que los hay en contraposición a la cantidad de aquéllos, como en el memorable «Caer al agua», donde Sambo, Armand, Yussuf, Daouda y otros tantos nombres propios con historias propias nos recuerdan a aquel poema social de Batania que tanta resonancia tuvo en los dos-mil-dieces en mi Madrid: «Se tarda tanto tiempo en caer de un andamio», sólo que aquí con Caronte, siendo Patinir considerado por muchos el primer paisajista y añadida la tragedia del mar y no la radial o la pintura en el peto. Un mar no exacto a aquel que fabuló Valéry, «sin cesar empezando», digamos, sino otro donde tragedia y canto a tiempos iguales amenazan al lector para implicarle en su lógica amatoria pero sobre todo consciente, pues el libro es un ejercicio de la historia frente a la Historia: «Solo hay una fuerza más grande, poderosa y oscura que la Historia y es el psiquismo humano», como dirá en el poema en prosa/carta/elegía final dedicada a la figura protagónica clave, la madre, y que Santiago retrata hasta hacer de ella un óleo sobre lienzo similar al de la Felicidad Blanc que filmó Jaime Chávarri en 1976 sobre los Panero, sólo que en «sus últimas», redención sublime de un dolor o máximo descenso ya ascensional, hablando en laico. No en vano, la familia de Alba Rico, desde su propia madre, la periodista y cineasta Lolo Rico, a figuras influyentes del pasado o su maravillosa hija Lucía Alba Martínez, escritora con la que tomé algún café entre clase y clase hace siglos, configuran toda una genealogía que también bebe de las estadías de Santiago en El Cairo o en Túnez. Todo más a la izquierda, eso sí y quede claro.
La opción del listado al que se vincula el libro y que podría ser peligroso por resultar anecdótico queda superado por el lirismo directo y vitalísimo de un poeta que abarca un mundo conocido, experimentado y viajado en mirada, y esto no es baladí —si acaso, es balada—, porque otro libro de estas características (estoy pensando en Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau, tan docto para los estudiantes de escritura creativa, donde se relata una situación con tres o cuatro ejes importantes de 99 modos diferentes, o en el recurso capitalista que supone enumerar, por su carácter cuantitativo, no cualitativo) podría caerse, valga la paradoja, a mitad de camino. Pero la convicción y la verdad que el filósofo y ciudadano e individuo Alba Rico insufla a estos poemas dota a cada uno de ellos de autonomía, pese a que después queden juntos coleccionados y nos pueda servir dicha colección como libro de consulta o relectura para cuando nos apetezca, como con Nietzsche, mirar al abismo, alguna que otra vez, con cierta cautela, al sacarlo de la estantería donde descansará antes de volver a alzar el vuelo en nuestras manos con otros y otras poetas, narradores, ensayistas. Sea como fuere, «todo el que nace corre el riesgo de estar vivo», tal y como se puede leer en la página número 80, y tal vez esa sea la clave que esconde la caída de los débiles, de los viejos, de los ángeles, de los seres humanos, en definitiva, a los que se estudia en este museo de alturas. Y es que la caída es cosa seria. Algo a lo que todos nos enfrentamos antes o después, o durante, pues ir y venir del Infierno, ir y venir del dolor, de la pérdida y del don y de la celebración es algo que todos compartimos, lo que hace de este estreno tardío un lugar de encuentro: un ágora.
ÁLVARO GUIJARRO
CAÍDAS
Santiago Alba Rico
XXXIV Premio de Poesía «Jaime Gil de Biedma»
Visor, 116 pp., 14 €
			
			
					  









