¿Alguna vez te has parado a pensar lo diferente que podría ser tu vida si hubieras nacido en otra época?
El siglo XIX sacudió a España con especial dureza: pérdida de territorios de ultramar, las Guerras Carlistas, inestabilidad política y grandes desigualdades. El mundo entero también estaba cambiando: la industrialización se imponía, y con ella nacieron los movimientos obreros. Las ciudades se comenzaban a llenar de chimeneas. Pero en aquel tiempo, Barcelona aún no estaba preparada para acoger la masa de personas que deseaba dejar atrás las calamidades de la vida rural.
La burguesía catalana optó por extender colonias textiles a lo largo del Llobregat. Aprovechando la corriente del río, las turbinas suministraban energía a las fábricas que se erigieron junto a las viviendas que alojaban a los trabajadores. Así se formaban las colonias industriales. Eran pequeños pueblos cuya vida giraba en torno a la fábrica. Muchas de ellas estaban cercadas por muros altos, y tenían toque de queda. En casi todas estas colonias, las casas de los amos (sí, era la palabra que se usaba), se construían junto a las iglesias en posiciones mucho más altas que las fábricas y las viviendas. Cuando pasas junto a ellas por la carretera, parecen el decorado de una película. Lo que hoy nos puede parecer una pesadilla orweliana, hace poco más de un siglo era una oportunidad para vivir mejor.
Tus hijos pequeños trabajaban; tenías turnos de doce horas; y te podían faltar algunos dedos. Pero si comías a diario, y además conseguías ahorrar algunas perrillas, ya te podías dar con un canto en los dientes. Esa fascinación al comparar otros tiempos con el presente, es lo que más me gusta cuando leo novela histórica.
Tuve la suerte de pasear junto al autor, Rafael Tarradas Bultó, por la Colonia museo Vidal. Visitamos el cine, la biblioteca y pasamos junto a la guardería. Rafael me indicó que no todas eran igual. Algunas ofrecían unas condiciones de vida más duras.
Visitando aquellas colonias textiles, hubo momentos para reflexionar sobre el poder durante el s.XIX. Yo recordaba el mito del Salvaje Oeste, donde reinaba la ley del más fuerte y las autoridades federales se tenían que imponer a golpe de gatillo. ¿Qué se podía esperar de las condiciones de los trabajadores de cualquier país recién industrializado? El mundo era diferente, más violento. La vida se sometía a la avaricia del poderoso. Para mantener el orden en las colonias, el aislamiento era clave. Los trabajadores a menudo sufrían condiciones abusivas sin que nadie se enterase. Además, el control social se ejercía sin pudor ni sutileza por figuras de autoridad tales como el cura, el maestro o el director de la fábrica.
“No ir a misa sin justificación era falta. Podían llevarse otra por llegar tarde a su puesto de trabajo. Las faltas no se ponían al individuo en cuestión que las cometía, sino a toda la unidad familiar. Tres faltas significaban la expulsión de la colonia”, dijo la guía antes de encender las sirenas de la fábrica junto al acceso principal. Imaginé el murmullo del cambio de turno. A algunos trabajadores entrando apresurados; y luego otros saliendo relajados, mientras encienden sus cigarrillos. Cada uno de ellos con los problemas de aquel microcosmos jerarquizado en todos sus aspectos, tan cercano en el tiempo como distante de nuestra realidad.
En las páginas de La protegida, Rafael Tarradas nos invita a hacer un viaje inmersivo hacia la colonia Bofarull, donde su protagonista, la joven Sara Alcover, llega para formar parte del servicio doméstico. Allí aprende a tratar a los poderosos, a entenderlos, y a “estar en la corte”. Pronto destaca por sus habilidades de diseño y costura, ganándose el favor de Carmen Bofarull, para quien su talento no pasa desapercibido.
Nadie sospecha que el motor de la vida de Sara es el odio hacia los patronos. Es hija de un sindicalista asesinado durante las negociaciones de una huelga. Sara sabe que la familia Bofarull está manchada con la sangre de su padre, y su plan de venganza está funcionando.
Mientras la burguesía se afana en convertir a la efervescente Barcelona en un referente europeo, no vacila en reprimir con severidad las protestas obreras. Ello crea el caldo de cultivo perfecto para el conflicto: rumores, sabotajes, y una muerte que Sara se ve obligada a investigar.
La irrupción de Diego Bofarull en la vida de Sara dinamita sus cimientos morales y emocionales, haciendo que se cuestione sus lealtades. ¿Va a dejar que el amor se interponga a la lucha que dio significado a su vida?
Con un estilo fluido y ágil, Rafael Tarrades nos sumerge en contrastes: la riqueza del Ensanche de Barcelona contra la miseria de las colonias más desfavorecidas. Las descripciones invitan a entrar en la novela. A veces te sientes con el cuello almidonado y el bigote encerado, y otras como si estuvieras agotado y desesperado, cansado de mancharte de grasa y de oír el incesante zumbido de la fábrica día y noche.
Ese contraste, también se deja ver en la tensión que existe en la relación entre Lourdes Bofarull, la propietaria de la colonia, y Sara Alcover. Dos mujeres fuertes, cada una a su manera, con caracteres forjados en mundos opuestos. Ninguna de ellas está dispuesta a ceder ni un milímetro de todo el poder que tanto les ha costado conquistar.
Escribiendo La protegida, el autor nos confiesa que se reencontró con sus raíces familiares. Al ser descendiente de los propietarios de la colonia Villanueva, investigó entre cartas de sus abuelos, documentos de otras colonias, y fotos antiguas de familiares. Gracias a ese vínculo con el trasfondo de la trama, y a la pasión del autor por la Historia de los siglos XIX y XX, conseguimos viajar en el tiempo mientras pasamos las páginas de La protegida.
Luis Gallego
LA PROTEGIDA
Rafael Tarradas Bultó
Espasa, 624 pp., 22,90 €