Hay una furia callada, telúrica y visceral que se expande por las páginas de este libro como la niebla en la montaña. Una hermandad antigua y perenne, la de la tierra y la mujer, burla las estructuras patriarcales y resiste, como resiste el deseo, la pulsión, las utopías. Esta es una novela para pensar, para sentir, para preguntarse cómo sería volverse uno con la naturaleza.
Foto de la autora: Carlos Escobar
¿Qué desafío plantea esta novela?
El monte de las furias nace de la búsqueda de una nueva representación de la relación entre el hombre y la naturaleza en la que esta no sea solo un paisaje de fondo. Actualmente hay una transformación en el modo de ver cómo nos paramos frente a los animales y el mundo vegetal, cómo pensamos a seres no humanos como protagonistas y encontramos nuevas maneras de que aparezcan en el texto, lejos de los topos o formas tradicionales.
Estas nuevas formas de representar la naturaleza tienen que ver con su proyecto de investigación universitaria, ¿verdad?
Sí, fue mi proyecto de investigación en el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, donde soy profesora investigadora. La novela me da la excusa para convertir en mi proyecto de investigación aquello de lo que me interesa escribir. Hice una búsqueda de textos, desde clásicos a contemporáneos, para ver cómo se representaba esa relación entre lo humano y lo natural en la literatura. Los humanos con la selva, con el río, con la vorágine. Como Horacio Quiroga que muestra en sus cuentos cómo la industrialización empieza a comerse la selva y eso empuja a los animales a revelarse. Ya desde el vocabulario mismo vemos un paradigma patriarcal hegemónico, muy masculino: el hombre aventurero, explorador va hacia la naturaleza salvaje, peligrosa, traicionera. Puede ser vencido y morir o subyugarla y vencer. Yo pensaba subvertir ese orden y pensar eso desde la perspectiva femenina. Ya sabes que en mis novelas siempre mis narradoras y protagonistas son femeninas. Y aquí me parecía interesante pensar la perspectiva de esta mujer sola en la montaña, en un entorno hostil, dominado por hombres, pero también quería ponerla en su casa, en ese espacio familiar, el espacio interior.
¿La idea de la mujer sola en la montaña abreva en las leyendas de la madre-monte o de la mujer que es media árbol?
En algún momento conecté con estas dos ideas. Estaba muy interesada en la idea de la metamorfosis. Me interesaba mucho la hibridez, esa cosa tan áspera que tiene esta mujer que se fusiona con su entorno y se acerca de alguna manera a las figuras de la mitología y folklor andino, estas mujeres híbridas, mitad monte mitad mujer, que son outsiders, la madre-monte y la pata-sola. Son mujeres que andan solas por el bosque; desarrapadas, barbudas, musgosas, sus cuerpos adquieren la apariencia de la naturaleza. Me parecía muy poderosa la imagen de la mujer sola, que no conforma con un tipo de apariencia determinado, y resulta sospechosa, monstruosa; asusta. Estas figuras andinas, corporalidades híbridas, son el equivalente de la bruja europea.
Además de la metamorfosis corporal, la protagonista pareciera transformarse psicológicamente: empieza a entender más la naturaleza, a pensar como la montaña.
Esta mujer entra en un estado de comunión con la montaña. Si es real o imaginario, un delirio o un éxtasis místico de ella, es algo que desentrañará el lector. Pero sí ocurre una transformación psicológica porque ella cree entender la naturaleza y cambia. Aunque estemos en la cima de la pirámide de la vida, creo que podríamos aprender mucho de la naturaleza, por ejemplo, de los hongos, podríamos aprender a convivir armónicamente.
Aquí, en comparación con sus otras novelas, tengo la sensación de que hay cierta distancia emocional, cierto desapego desde el punto de vista narrativo.
En parte es porque la protagonista ha aprendido a soportar el dolor, las humillaciones, igual que la montaña. En un momento le pide que le ayude a aguantar el dolor, como esta soporta las pisadas. Ese desapego tiene que ver con una fortaleza aprendida a partir de la experiencia. Pero creo que esta protagonista, a diferencia de las de otras novelas, tiene una pulsión de vida mucho más potente. Esa es una fortaleza que desarrollan muchas mujeres en América Latina, que a pesar de las dificultades siguen adelante. Esta mujer desea aprender a expresarse, a escribir, siente deseo sexual. Y el deseo la acerca más a la pulsión de vida.
En la estructura de este libro hay sorpresas para el lector, mucho juego, incluso con lo gráfico. ¿Cómo se le ocurrió este experimento con las estructuras?
Me interesan mucho las estructuras, la obsesión de formas. Dijo Césare Pavese que “cuando un texto encuentra su estructura la obsesión de forma empieza a morir”. La obsesión es todo ese material que yo siento como gelatina sin molde derramándose por todos lados y yo no puedo hacer nada con eso hasta que no encuentro cuál es el molde que la va a contener. Recién ahí va a adquirir una consistencia real. Como esta es una mujer que narra en primera persona me gustaba la idea de que ella escribiera esa especie de diarios, de memorias, donde cuenta su cotidianeidad desde la materialidad que implicaba narrarlo en cuadernos, que tiene que ver con tachar, garabatear, arrancar hojas.
Los capítulos de la mujer y la montaña se van intercalando hasta que el contenido y el tono adquieren cierta fluidez y se entremezclan. ¿Es intencional?
Estas dos voces hacia el final convergen, se van acercando, confundiendo. A medida que pasa el tiempo el tono de la mujer va mutando, se va profundizando, volviéndose cada vez más reflexivo y poético. Desde la duda sobre su capacidad de expresarse, su miedo de no saber, va evolucionando, animándose cada vez más, y cobra hondura, libertad para usar el lenguaje para narrar y narrarse. Hasta llega a inventar palabras y gráficos.
¿Hay también una transformación en la temporalidad, se van fusionando los tiempos?
Sí, cuando la montaña comienza a mirar a los hombres que la pueblan y empieza a narrarla a ella, a la mujer, ahí se unen los tiempos.
Reaparecen aquí obsesiones de los libros anteriores: la familia, la relación madre-hija, las toxicidades de la pareja, la preocupación por la naturaleza, la atmósfera asfixiante. ¿Es consciente esto o simplemente sucede?
Vuelven a aparecer y a veces no me doy cuenta de que estoy otra vez con lo mismo hasta que no me desapego del texto. Hay cosas que no me abandonan. Algo se repite aquí, aunque elaborado de otras maneras, es ese contraste, esta separación entre el adentro y el afuera. Esta vez hay varios límites: está la ventana, está el cerco eléctrico que separa el jardín del punto en que comienza el monte. El entorno natural puede sentirse claustrofóbico porque es el bosque de niebla, esa niebla que se siente como un manto, que ella llama “estar dentro de la nube”, un registro propio que construí adrede, que no se usa en ninguna parte. La altitud, la humedad y la soledad de la montaña pueden ser claustrofóbicas, pero también atmosféricas. Y las atmósferas se construyen desde los sentidos. Yo he ido a bosques de niebla para sentir cómo es estar en la nube, ahí los sonidos se modifican, en lo húmedo, por ejemplo, las hojas no crujen.
¿Cree que la manera en que la protagonista interactúa con los elementos naturales ayuda a pensar un cambio de actitud en el modo en que tratamos a la naturaleza?
En un sentido muy metafórico o simbólico sí. Me preguntaba cómo sería una relación utópica con la naturaleza. A una utopía no se llega, como la línea del horizonte, puedes navegar hacia allí, pero nunca llegar. Y empecé a pensarlo y luego extrapolarlo: imaginemos una mujer que está en completa horizontalidad con una corporalidad no humana, al punto que esa comunión las termina acercando. Me pregunto si es posible una comunicación con estas formas de vida que no comparten nuestro lenguaje ni otra forma comprensible. Imagino un posible acercamiento ficcional a ese asunto. Como todo, me parece que la literatura lo que hace es plantearse preguntas, no dar respuestas. Esa creo que es la función del arte en general.
¿Y ahora cuál es el paso siguiente? Vino la distopía, luego explorar la comunicación armónica con la naturaleza. ¿Qué viene ahora?
Una novela me lleva mucho tiempo de esfuerzo sostenido, me deja muy cansada, por mucho tiempo. Ayer leí una cita de Marguerite Duras: “No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo, para abordar la escritura hay que ser más fuertes que uno mismo. Hay que ser más fuertes que lo que se escribe”. Y yo me sentí muy identificada con esta cita porque concentrarse en un proyecto de largo aliento necesita tanto de una, la fuerza del cuerpo que se combina con la resistencia psicológica para seguir y para terminar. Ya veré cuando recupere fuerzas en qué me meteré.
Romina Tumini
El monte de las furias
Fernanda Trías
Random House, 248pp., 18,90 €