El propio autor, perteneciente al trío formado por Carmen Mola, reflexiona sobre el proceso que le ha llevado a escribir su última novela, esta vez en solitario.
La idea de El Esplendor lleva años dando vueltas en mi cabeza. Un tiempo a lo largo del que he publicado novelas con Carmen Mola y he sacado adelante algunas series, pero durante el que no llegué a olvidar a Rebeca y César, los protagonistas de esta historia.
Quería armar un thriller que se alejara de las estructuras típicas del género, que se desplegara de una manera diferente a lo que estaba haciendo en otros libros o en la televisión. Y, también, quería la contar la historia de una especie de Ícaros modernos, Rebeca y César, que tienen la ambición de formar parte de la clase más poderosa y que, en ese viaje, acaban quemándose las alas, atrapados en un mundo perverso que les viene grande. Una historia que hablara de la identidad, de cómo intentamos redefinir nuestra personalidad, eliminando el pasado, para crear a la persona «en la que nos queremos convertir».
Desde este comienzo, había dos influencias que tenía muy presentes: la literatura de Patricia Highsmith, y en especial, El talento de Mr Ripley, por cómo diseña personajes y por cómo crea una atmósfera de suspense envolvente, esa sensación de que la historia es una especie de bola de nieve que, cada vez, se hace más grande y, también, más peligrosa. Era algo que yo también buscaba para El Esplendor. Eyes Wide Shut, la película de Stanley Kubrick (y su origen literario, Relato soñado, de Arthur Schnitzler) es el otro referente importante de El Esplendor, tanto para encontrar el tono de la novela como por el concepto de alguien que irrumpe en un mundo prohibido.
El oficio de Rebeca está presente desde el origen del proceso de la novela: una chica que se dedica a buscar a los herederos de alguien que ha fallecido sin dejar testamento, alguien que parece no tener familia y cuya vida se convierte en un misterio. Me gustaba esa profesión porque, de alguna manera, mezcla lo detectivesco con un oportunismo que puede ser dudoso desde el punto de vista moral. Porque, en el caso de la novela, indagar en la vida de Juan Vendrell, era el pie perfecto para lanzar a mis protagonistas en la dirección de un mundo extraño, sugerente y, también, en el que podrían convertirse en víctimas, como si se estuvieran acercando a una planta carnívora sin darse cuenta.
Pero, a veces, encontrar todos los elementos que acaban por conformar una historia es un proceso lento. Y, a mí, en aquellos primeros acercamientos a El Esplendor, todavía me faltaba mucho. Creo que es importante ser paciente, no precipitarse en la escritura hasta que uno tiene todos los cabos bien atados. Durante ese tiempo del proceso creativo, a mí me gusta mantenerme alerta, con el radar activado, porque en cualquier momento —leyendo un libro, en un periódico, navegando sin rumbo por internet, en una conversación con un amigo—, pueden aparecer ideas que ayuden a dar forma a esa historia que está todavía latente. Piezas que van encajando, como si fuera un puzle.
Y, así, fue cómo aparecieron diferentes temas que son clave dentro de esta novela: la crisis catatónica como reacción a una vivencia traumática, el universo de las fiestas en clubs selectos, con sus promotores y sus chicas, con el lujo desbordado, los johatsus, que es como se llama en Japón a las personas que se «evaporan», que desaparecen para empezar desde cero otra vida y que han llegado a ser casi una epidemia en ese país. El mundo del mercado offshore, los paraísos fiscales donde se pierde el origen del dinero y hace casi imposible encontrar a su dueño. Todas estas ideas compartían un punto en común: de una manera u otra, hablaban de la identidad.
A estas alturas, tenía muchas herramientas para empezar a trabajar en la historia, pero sentía que todavía faltaba algo. Algo que definiera ese universo que aparece en El Esplendor, mezcla de lujo y perversión. Muchas veces, a la hora de construir una historia, el azar juega un papel importante. Y éste fue el caso.
Me había fijado en las islas del Canal de la Mancha, porque durante mucho tiempo —y todavía hoy— han sido un paraíso fiscal. También porque había algo sugerente en la atmósfera de este lugar, entre Francia e Inglaterra, como a caballo entre dos mundos, un ambiente que yo quería para la novela que, en algunos tramos, creo que puede recordar a la novela gótica de terror del siglo XIX. Y, en esa indagación alrededor de las islas del Canal, encontré un artículo en El Español: contaba la historia de Vicente Gasulla, un español que estuvo preso en los campos de concentración nazis que hubo en las islas. Allí fue donde leí por primera vez el nombre de una pequeña isla del Canal: Alderney.
El artículo me impresionó porque, la verdad, no tenía ni idea de que los alemanes habían ocupado las islas del Canal, porque no sabía que allí se habían levantado campos de concentración, porque nunca había oído hablar del infierno y de la cantidad de víctimas que había muerto allí, y, sobre todo, porque nunca había escuchado nada de los españoles que estuvieron presos. De los que murieron.
La historia de la ocupación nazi en Alderney era la pieza que había estado buscando. La que terminaba de cuadrar El Esplendor. Contaba cómo, por mucho que lo intentemos, el pasado no se puede eliminar. Durante años, se intentó ocultar o maquillar lo que había pasado en Alderney, la isla donde la represión nazi fue más feroz. Me zambullí durante bastante tiempo en una documentación que, conforme me interesaba más por el tema, descubrí que era bastante escasa: el estupendo reportaje de Martí Crespo, «Esclavos de Hitler», fue uno de los pocos documentos en español que encontré que hablaran del tema. ¿Por qué se le había prestado tan poca atención a estos campos de concentración? ¿Por qué no era conocido el infierno que fue Alderney? ¿Por qué se había olvidado a los españoles que acabaron allí encerrados? Encontré algunos estudios recientes que investigaban estos años de la Segunda Guerra Mundial en Alderney (la isla estuvo ocupada casi desde el principio y fue liberada incluso después que Berlín), también algunos libros publicados a lo largo del tiempo por presos que sobrevivieron a la ocupación, algunos rusos, como Ivanovitch Kondakov, otros españoles, como Juan Dalmau. Poco a poco, me fui haciendo una imagen del horror que fue Alderney, de la actuación —que quedó sin castigo— de los oficiales nazis, List, Klebeck, Otto Hogëlow, de las muertes (cuyo número se estableció durante mucho tiempo cerca de los 400, pero que ahora se ha situado alrededor de 1000, aunque algunos señalan que éste debe ascender hasta los 10000), del intento del gobierno inglés (y de los habitantes de Alderney) de pasar página. De olvidar.
Visité la isla cuando ya tenía una primera versión del manuscrito. Estuve en los lugares donde hubo campos de concentración, en las playas y las fortalezas que son escenarios de la novela. Los vestigios de la ocupación nazi están por todas partes: búnkeres, puestos de artillería, torres de vigilancia. La identidad de la isla está inevitablemente marcada por aquellos años de ocupación.
El Esplendor no es una novela histórica. No es un estudio científico sobre los campos de concentración nazis en Alderney ni una investigación sobre los presos españoles que estuvieron presos, aunque si ayuda a dar visibilidad, bienvenida sea. Sí que hay dentro de este libro un retrato de la vida en Alderney durante la ocupación, un retrato que intenta ser veraz, ya que todo lo que se cuenta en él está extraído de las declaraciones que dejaron los supervivientes. Pero El Esplendor es un thriller psicológico, una historia de suspense en la que viajamos de la mano de César y Rebeca, sus protagonistas, cuyas vidas acaban llevándolos a Alderney y a un mundo contaminado por ese pasado. El episodio histórico de la ocupación funciona como una metáfora del que ha acabado siendo el corazón de El Esplendor: cómo los seres humanos, cuando se creen que están por encima de cualquier ley, se pueden convertir en monstruos.
Unos monstruos que pueden acabar devorando a César y Rebeca.
El esplendor
Agustín Martínez
Planeta, 416 pp., 21,90 €
Agustín mola
El autor nació en Lorca, Murcia, en 1975. Licenciado en Imagen y Sonido por la Universidad Complutense de Madrid, inició su carrera profesional como guionista a sus veintitrés años. Desde entonces ha escrito en numerosas series. En 2015 publicó su primera novela, Monteperdido, que fue traducida a más de una docena de lenguas. La mala hierba, su segunda novela, también fue publicada en diferentes países. En 2019 creó La Caza. Monteperdido, adaptación de su novela homónima, de la que ya se han producido cuatro temporadas. Actualmente es creador y showrunner de diferentes proyectos audiovisuales. Es uno de los tres escritores integrantes del proyecto de creación colectiva Carmen Mola (junto con Jorge Díaz y Antonio Mercero), ganadora del Premio Planeta 2021 con el thriller histórico La Bestia y escritora de las novelas La novia gitana, La red púrpura, La Nena, Las Madres y El Clan, la serie de la inspectora Elena Blanco.