Los pasados días 25-29 de septiembre, la Fundación Formentor, dirigida por Basilio Baltasar, organizador de estas Conversaciones Literarias y presidente del jurado del Premio Formentor organizó, por primera vez en su historia, sus célebres Conversaciones Literarias fuera de nuestro país, en este caso, en Marrakech.
El lugar elegido no podía ser más sugerente: un espléndido riad, rodeados de dunas y palmeras, el Barceló Palmeraie Oasis, a pocos quilómetros del centro de la ciudad. Hospedados por la generosidad de las familias Barceló y Buadas, la localización era, ciertamente, de ensueño.
Nacido en 1961, el Formentor ha galardonado a autores de la talla de Dacia Maraini, Jorge Semprún, Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Saul Bellow, Nathalie Sarraute, Carlos Fuentes, Javier Marías, Annie Ernaux, Ceese Nooteboom, Annie Ernaux, César Aira, Pascal Quignard o Mircea Cărtărescu.

Las Conversaciones giraron alrededor de tres ejes:
En primer lugar, el Premio Formentor de las Letras 2024 concedido al escritor húngaro László Krasznahorkai. El Jurado argumentó su galardón «por sostener la potencia narrativa que envuelve, revela, oculta y transforma la realidad del mundo, por dilatar la versión novelesca de la enigmática existencia humana, por convocar la vigorosa lectura de una compleja fabulación y construir los fascinantes laberintos de la imaginación literaria».
La vida del autor parece acorde con el espíritu de estos días: nacido en 1954 en Gyula (Hungría), estudió Derecho y Lengua y Literatura. Abandonó la Hungría comunista en 1987, cuando viajó a Berlín Occidental para obtener una beca. A principios de la década de 1990, pasó largos períodos de tiempo en Mongolia y China, y más tarde en Japón. Viajó por Europa y vivió en el piso de Allen Ginsberg en Nueva York. Tango Satánico y Melancolía de la resistencia son sus dos novelas más conocidas, llevadas al cine por su amigo, el director Béla Tarr. Otras de sus obras traducidas al castellano por Acantilado son Guerra y guerra; Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río; Ha llegado Isaías; Y Seiobo descendió a la Tierra; Relaciones misericordiosas y El último lobo. Ha sido galardonado con el Premio Kossuth del gobierno de su país, el Man Booker Internacional y el Premio Austríaco de Literatura Europea.
El segundo eje de este encuentro fue un interesante (e intenso) debate alrededor del papel y futuro de las revistas y suplementos culturales, moderado por el redactor jefe de Cultura de La Vanguardia, Xavi Ayén. Representantes de medios tan dispares como Revista de Occidente, Sàpiens, Jot Down, El Cultural, Abril, Quimera, Mercurio, Ideas, Babelia, Librújula, Revista de Letras, El Ciervo, Publishers Weekly, La Lectura o el propio Qué Leer, nos sentamos para centrarnos en el periodismo cultural hoy, así como en las consecuencias de la digitalización y el avance de la inteligencia artificial y en la preeminencia de una veloz industria del entretenimiento.
A modo de introducción, Sergio Vila-San Juan, director de Cultura/s de La Vanguardia, resumió de manera clarividente cómo ha evolucionado la cultura española a lo largo de los últimos 50 años, desde los tiempos de la Transición, en que se vinculó rápidamente al PSOE que puso en marcha una política cultural, en contraposición a una derecha que no supo hacer suyo el mundo de la cultura. Ya esta a la venta Cultura española en democracia. Una crónica breve de 50 años (1975-2024), ensayo que tenemos muchas ganas de leer.

Por su parte, la editora Claudia Casanova (Ático de los Libros), presentó una serie de cifras sobre las traducciones al castellano de lenguas extranjeras y viceversa, donde quedó claro que la cultura anglosajona sigue dominando el panorama (aunque es de destacar el auge del ensayo con autores como Irene Vallejo).
Bajo el título «El dilema postmoderno: ¿lectores o usuarios?», nos preguntamos qué papel jugamos actualmente: los hábitos de lectura y la manera de informarse han cambiado radicalmente. Nos hemos quedado sin apenas quioscos. La influencia de nuestro papel prescriptor es cada vez menor (sobre todo entre los más jóvenes que optan por dejarse aconsejar por influencers, tiktokers, etc). La frontera entre la cultura y el entretenimiento es cada vez más porosa. El usuario-consumidor de cultura se impone al lector crítico.
¿Hay esperanza? ¿Podemos ser aún optimistas? ¿Cuál es el modelo a seguir? Algunos argumentos fueron aterradores, otros sugirieron coexistir con la digitalización y con la tan denostada publicidad. Tiempos de incertezas e incertidumbres. ¿Tiene razón Basilio Baltasar cuando afirma que «el algoritmo se va a convertir en nuestro capataz»? De momento, decide por nosotros, y puede aislarnos en nuestra burbuja como bien certifica Àlex Sàlmon, del suplemento Abril, en sus clases de periodismo.

¿Qué futuro laboral nos espera a todos quiénes nos dedicamos a la letra impresa? ¿Nos dejará la IA sin trabajo?Isaac Marcet (Playground) dibujó un panorama muy oscuro al explicar que algunas redacciones de medios estadounidenses se han convertido en redacciones fantasma, donde los contenidos son generados por inteligencia artificial. Para algunos, estas nuevas herramientas digitales son una oportunidad, para otros el fin del periodismo cultural
En medio de nombres como Goethe o Schiller, el qué quizás despertó más encono fue el de la cantante norteamericana Taylor Swift, a quién alguno definió como el Dan Brown de la música. Como señaló Fernando Vallespín (Revista de Occidente) «Si una cultura no se siente representada pierde sus alas y quizá Taylor Swift represente nuestra cultura actual, como los Beatles la representaron en los sesenta». De hecho, fue Vallespín, citando a Terry Eagleton, quién aclaró la distinción «entre alta cultura, o cultura con mayúsculas, donde estarían Kant o Kafka, la cultura popular con nombres como Shakira o Yuval Noah Harari, y las culturas en minúsculas que serían los particularismos».
