Texto: QL.
© De Felipe Restrepo Acosta.
Somos ya seres digitales. Hemos pasado de la galaxia Gutenberg de McLuhan a la galaxia digital. ¿Cómo afecta a nuestra percepción de la realidad? ¿Qué derivas políticas suscita esta revolución tecnológica? ¿Cómo influye en el ejercicio del periodismo? ¿Cuál es el papel del libro y la lectura en esta nueva era?
El escritor mexicano Juan Villoro responde a estas y otras preguntas en un ensayo, No soy un robot. La lectura y la sociedad digital (Anagrama, 2024), que huye del academicismo y combina las pinceladas autobiográficas con la reflexión y la prospección especulativa.
Por estas páginas asoman los dispositivos móviles, las selfies y Twitter (ahora X), el control mediante el reconocimiento facial, internet y las mentiras virales, la lectura en red y la transformación del modo en que circula la información…
Un nuevo contexto tecnológico que conduce a la «desaparición de la realidad». El libro explora las pistas anticipatorias en los países tecnológicamente más avanzados, como Japón o Corea del Sur; las profecías contenidas en la literatura visionaria de Bradbury y las viejas polémicas —ya presentes en Rousseau y Diderot— sobre realidad y representación, que vuelven a adquirir vigencia.
¿Hacia dónde nos dirigimos como ciudadanos y como lectores? Dice el autor: «Pasamos página gracias al siglo XII, leemos textos impresos gracias al XV, damos un clic gracias al XXI. La lógica de esa aventura depende de la manera de leer. […] Las tradiciones que perduran no son las que se aferran al pasado, sino las que no olvidan su futuro».
Señala Villoro que, en los inicios de la revolución digital, Internet fue concebido como un foro gratuito fraternal y democrático de conocimiento. Los hijos de los hippies que acabaron en Sillicon Valley lo consideraban el LSD electrónico, mucho más sano que las doga. Sin embargo, los mismos desarrolladores digitales reconocen ya que despertaron al monstruo, un monstruo que solo valora nuestros datos personales. Ello nos lleva a estar encerrados y pendientes de que nos vean (online) y de satisfacer al momento los deseos inducidos por los algoritmos, rehenes cautivos de una galaxia digital que no hace más que aumentar la brecha creciente entre ricos y pobres. Los nuevos millonarios son los dueños de esas plataformas de realidad intangible, de la que formamos parte felizmente esclavizados.
Algunas de las contrapartidas son que perdemos facultades: más inteligentes son nuestros dispositivos, menos tenemos que esforzarnos por aprendernos números telefónicos de memoria o por interpretar mapas. Y en el momento en que perdemos un teléfono, por ejemplo, debemos demostrar que es de mi propiedad; es decir, ese aparato (que se ha convertido en una prótesis de mi persona) es quién me reconocerá (con la huella digital, por ejemplo). En palabras de Juanjo Millás, los teléfonos inteligentes se han convertido «en una sucursal de nuestra cabeza.» A la hora de hacernos una autopsia, el forense debería echar también un vistazo a nuestros dispositivos.
La brecha generacional con los nativos digitales es cada vez mayor, no solo en lo temporal (los años entre unos y otros), si no también en el espacio, que ha devenido virtual. Para el autor mexicana, la entrada de nuestros niños en la realidad será más difícil, pues están anclados en ese presentismo y desconocen las referencias del pasado, desde la cultura grecolatina a Mick Jagger. A pesar de ello, el mundo digital utiliza términos analógicos como «escritorio», «carpeta» o «cc» («copia al carbón»), de la misma manera que aún se sube a los aviones por la izquierda emulando a los jinetes que montaban al caballo por ese lado.
El desarrollo digital está cambiando los paradigmas del mundo y no parecemos capaces de entenderlo. Ha cambiado incluso el modo de leer. Señala Villoro que «se lee de manera atmosférica, la gente se entera de cosas sin saber cómo le llegaron, lo que supone un cambio mayor al que hubo con la imprenta. Esta popularizó algo que ya existía en las élites». Sin embargo, a su juicio «la gran transformación se dio entre los siglos XII y XIII, pues se pasó de la lectura colectiva de enormes y pesados libros en los monasterios a hacerlo en pequeños libros transportables y a leer de manera individual y en silencio. Ello propició el pensamiento individual y posibilitó el Renacimiento. Y desde ese momento, la forma de leer no había cambiado tanto».
¿Cómo incorporar todo lo que nos han brindado los libros para entender mejor el mundo contemporáneo y resistir? De ahí el propósito de este libro militante que, para su autor, constituye un pequeño acto resistencia.
EL AUTOR
Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) tiene una extraordinaria reputación como novelista, cuentista, ensayista y cronista.
Licenciado en Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), fue becario del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y del Sistema Nacional de Creadores Artísticos. Entre 1981 y 1984 estuvo como agregado cultural en la Embajada de México en la extinta RDA. Ha ejercido de profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y profesor invitado en las universidades de Yale, Pompeu Fabra, Princeton y Stanford. Ha colaborado en distintos medios y entre 1995 y 1998, dirigió el suplemento cultural La Jornada Semanal.
En Anagrama ha publicado los ensayos literarios Efectos personales, De eso se trata y La utilidad del deseo; las crónicas de fútbol Dios es redondo; las novelas El testigo (galardonada con el Premio Herralde, El disparo de argón y Arrecife; el libro de cuentos Los culpables, galardonado en Francia con el Premio Antonin Artaud; la recopilación de artículos ¿Hay vida en la Tierra?, el volumen de conversaciones con Ilan Stavans El ojo en la nuca y el libro sobre Ciudad de México El vértigo horizontal.