Este 11 de noviembre se cumplen trece años de la muerte del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory, en Thézy-Glimont, Picardía. El centenario de su nacimiento fue el pasado 27 de abril y ahora Galaxia Gutenberg reúne su poesía completa.
Nació en 1923, destacó en el panorama cultural de Madrid muy pronto, en 1942, cuando fundó el movimiento postista con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, pero no fue hasta los años setenta –cuando se publican tres antologías a cargo de grandes estudiosos– que la poesía del gaditano Carlos Edmundo de Ory empezó a ser conocida. En parte por su raigambre experimentalista, que lo alejaba de las tendencias dominantes de la época, como la poesía social, y en parte porque ya en 1952 se trasladó a París, para luego instalarse de forma permanente en Amiens. Fue, pues, una rara avis de la poesía española, un vanguardista de raza que desde su exilio francés se mantuvo unido y separado a la vez del ambiente literario que lo vio nacer.
Hijo del poeta modernista Eduardo de Ory, que fue amigo de Villaespesa y Rubén Darío, el joven Carlos Edmundo ingresó en la Escuela de Náutica, aunque abandonó sus estudios cuando estalló la guerra civil. Una vez trasladado a Madrid, se ganó la vida como bibliotecario, impulsó las revistas Postismo y La Cerbatana y publicó varios libros en los cuarenta: Sombras y pájaros, Canciones amargas y Versos de pronto, fue redactor de El Correo Literario y creó, en colaboración con el pintor Darío Suro, en 1951, el «Manifiesto introrrealista», donde defendía la idea de una poesía que naciera del interior del ser humano, respondiendo con la escritura al estado de ánimo y subconsciente.
Ory se busca y se encuentra en esa deriva surrealista, y busca ampliar fronteras. Así, visita Marruecos e Italia y ejerce de profesor en Perú, en los años 1957-58. Más tarde publica Los sonetos (1963), funda en 1968 el Atelier de Poésie Ouverte, concebido desde el ideal de una poesía colectivizada que llegue a un público mayoritario, y no sólo responde a la llamada poética, sino que se adentra en la prosa con un Diario (1975) o la novela Mephiboseph en Onou, diario de un loco (1973).
La poesía lúdica
La poesía, así las cosas, no dejó nunca de ser para este escritor inclasificable, hoy clasificado entre los poetas difuntos del vanguardismo del siglo XX más tardío, un territorio donde coincidían el juego verbal, la sátira social y el divertimento descarado. «Estoy sentado ahora en un café / y mi alma late late / de sed de no sé qué / tal vez de chocolate», dice en el poema de 1952 «En un café», por ejemplo. Y así fue su obra, a mitad de camino entre la seriedad poética y la ocurrencia desenfadada. Como muestra de tal ludopoética, rescatemos algunas de sus expresiones: «Ave abejorro», «El silencio políglota» o «El lobo es un hombre para el lobo».
Este ingenio verbal se puede conocer a fondo, en definitiva, en Los reinos de allí reúne, que reúne setenta años de versos, desde sus primeros ejercicios juveniles hasta sus poemarios más imaginativos, siempre en una constante búsqueda estética y espiritual. Un gran especialista en su obra, y en otros autores vinculados con el movimiento vanguardista del postismo, basado en su propensión a lo lúdico, Jaume Pont, tras muchos años de estudio, cotejo y revisión de esta obra, ofrece un mastodóntico volumen y nos advierte: “Pocos como él han sabido conciliar la pasión por la vida con la imaginación creadora, el dolor con la risa, lo cotidiano con lo metafísico, el sentimiento de un tiempo roturado con la pasión por el lenguaje y la música del alma”.
LOS REINOS DEL ALLÍ. POESÍA REUNIDA (1940-2010)
Carlos Edmundo de Ory
Galaxia Gutenberg, 1.648 pp., 39 €