LAS DESAPARICIONES
Hilario J. Rodríguez
New Castle Ediciones, 148 pp., 13 €
El 10 de septiembre de 1898, annus horribilis para la historia española, la emperatriz consorte de Austria era asesinada. Isabel de Baviera, conocida como Sissi, fue popularizada en el cine con el rostro angelical de Romy Schneider. Sus desórdenes alimenticios y vigorexia, sin embargo, han quedado algo más ocultos en los cajones de la historia.
Luigi Lucheni, un anarquista italiano partidario de aquello tan radical de la propaganda por el hecho (es decir, de un gran atentado que quebrase el sistema), se convirtió de manera accidental en su verdugo. Él, en realidad, quería atentar contra Felipe de Orleans, pero éste partió prematuramente del Lago Leman en Suiza. Lucheni holgó entonces por allá hasta dar con Sissi, a quién apuñaló en un costado con un estilete tan fino que la herida pasó desapercibida (corsés de la época mediantes) hasta los posteriores y fatales desmayos de la aristócrata.
Una doble desaparición, la del objetivo inicial y la del atentado mismo, trocaron este suceso en algo extrañamente significativo. Bien, pues esos son los términos originalísimos en los que se mueve Hilario J. Rodríguez en esta obra. Así, utiliza desapariciones, además de desiertos varios de la historia, y las convierte en oasis para la reflexión. El pasado, el arte, la imagen y la experiencia humana están muy presentes en los huecos caprichosos y fértiles que el autor dibuja. Las desapariciones es tanto un híbrido ensayístico de fuste narrativo como un constructo de auto ficción, a caballo entre el ensayo libérrimo y las memorias sin decantarse por ninguna de ellas. Al leerlo se recuerda aquella máxima de los editores de antaño: «Las etiquetas de género sólo sirven para que el librero coloque el ejemplar en una u otra balda».
Cuanto mayor es el grado de libertad del autor, más inclasificable acaba siendo el resultado final. Hilario J. Rodríguez ya nos tiene acostumbrados a ello, pues su literatura se destila desde los mimbres de la ensoñación viajera y la sugerencia cinéfaga. No son estas letras cultistas, pero sí encierran mucha cultura. Tampoco son para el gran público, pero lo que no se puede negar es que nacen de una mirada propia y persiguen con ahínco el humo que debe anidar en todo proceso creativo. Taxonomizar aquello que no se puede asir es propio de taumaturgos, de alquimistas de la palabra que, por decirlo con Miguel Ángel Asturias, hacen visible lo invisible. Por ello no es de extrañar que leamos en esta edición, ilustrada con mimo para que las fotografías completen y potencien semióticamente al texto, que Lovecraft, Chris Markero Pynchon fueron cultivadores de la invisibilidad o que «morir de forma inverisímil provoca tanto a los investigadores (criminales) como a los poetas». La muerte, no cabe duda, es la evanescencia absoluta.
De entre los intangibles que aborda el texto resulta complejo decidir cuáles son más atractivos: las novelas sobre los desparecidos argentinos, las ausencias mentales que puede provocar un caligrama (o vemos las letras o las formas), la recuperación de aquello (neurológico) que se pierde cuando el acto de escribir se realiza a máquina, la multitud agolpada para ver el hueco del cuadro de la Mona Lisa… No obstante, y aunque fascinan sus aproximaciones sin dogmatismos y plenas de encanto a la distancia entre la verdad y el relato, quiero quedarme con su explicación de la capacidad transformadora del arte. Convertir una idea en algo sólido, y elaborar propuestas en torno a ello, se nos antoja tan necesario como enseñar a los escolares a discernir entre la calidad y la morralla cultural. No es algo popular, pero sí tremendamente enriquecedor. ¿Hacen falta más argumentos? Creo que está claro. Sobran los motivos.
Juan Laborda Barceló.