Texto: María Borràs.
© autora: Jona Jarabas.
Periodista y escritora desde hace décadas, Pilar Eyre es, sin duda, una de las autoras más leídas y conocidas en nuestro país. Ha tocado diversos géneros, como el periodismo puro y duro, la entrevista, la crónica, la biografía y la novela. Sus obras son siempre sinónimoa de ventas y ahora, con fina ironía y magnífica ambientación, presenta Cuando éramos ayer, una novela que nos traslada durante veinticuatro años a una ciudad en plena expansión, llena de contrastes, luchas políticas y esperanza olímpica a las puertas de 1992.
La acción se inicia en 1968, cuando una muchacha de la alta burguesía barcelonesa, Silvia Muntaner va a presentarse en sociedad en el Ritz. Su familia tiene puestas todas las esperanzas en su espectacular belleza y en una buena boda para salvar su desastrosa economía doméstica. Pero sus sueños son muy distintos de los de su madre: esa noche conocerá el amor por primera vez y se le abrirá un nuevo mundo de posibilidades. Estudiante de Filosofía y Letras, tendrá un papel activo en la lucha antifranquista, tan alejada de su condición, y conocerá el sabor de lo prohibido en los brazos de Rafael, el hombre que la distanciará de su madre y revolucionará sus vidas para siempre.
La protagonista de la historia, Silvia Muntaner, quiere rebelarse contra su familia, su clase, su educación, su previsible futuro… ¿Es, en cierto modo, el ejemplo de una generación? ¿Hay algo de usted en ella?
¡Todo! Pero no solo yo, sino todas las personas que vivimos ese periodo histórico que va desde 1968 a 1992. Si una generación pudiera autobiografiarse, diría que hubiera escrito Cuando éramos ayer. Como confiesa Walt Withman, no soy solo yo, sino que contengo multitudes.
Silvia y su madre, Carmen, parecen no tener nada qué ver la una con la otra, pero ambas deberán enfrentarse a los cambios que les va deparando la vida. ¿Cree que las mujeres de la generación de Silvia llegaron a perdonar a sus madres?
¿Perdonar? Soy yo la que pido perdón de rodillas a mi madre todos los días: por no haber sabido entenderla, por no haberle devuelto ni la centésima parte de lo que ella hizo por mí, por haberle causado sufrimiento. Por creerme superior porque había estudiado una carrera y tenía una profesión, por haber ignorado su opinión y sus consejos… Por no haber entendido su entrega, su generosidad, el inmenso amor que me tenía, un cariño que nadie, ni mi hijo, ha igualado jamás. Cuando ella murió, se fue la última persona que me quiso incondicionalmente. Yo he querido como ella, pero a mí nadie me ha querido, ni me querrá, como me quiso ella. Trato de pedirle perdón en todos los libros que escribo.
A su juicio, ¿qué ha mejorado y qué falta por mejorar en el papel de las mujeres?
Hemos mejorado mucho, porque venimos del subsuelo, tuvimos que hacernos guerreras, nos crecimos en la lucha, nos convertimos en gigantes. En el postfranquismo éramos más combativas, más beligerantes, más intransigentes, no pasábamos ni una… ¡No nos tosía nadie! ¡Yo he visto pegar una hostia en una redacción a un compañero porque se propasaba y nadie se inmutó! Aquellas mujeres hubieran salido a la calle con cada asesinato machista, no se limitarían a un tweet… Necesitaríamos recuperar aquel espíritu rebelde, pero parece que nos da miedo o vergüenza significarnos y las pocas que lo hacen reciben tal alud de críticas, mofas e insultos, que terminan por cansarse.
Ha situado la obra en ambientes muy distintos, desde la alta burguesía catalana hasta los emigrantes andaluces de Motjuic y la Zona Franca pasando por los estudiantes universitarios. ¿Fue ex profeso? ¿Le resultó difícil documentarse sobre ámbitos tan distintos?
Aunque por nacimiento pertenezco a la burguesía, me considero una desclasada porque siempre me han interesado más los ambientes ajenos. La peripecia de Iznájar, ese pueblo cordobés sumergido en el fondo de un pantano, siempre me ha intrigado, me ha parecido una metáfora de los tiempos que retrato en el libro. Me he documentado mucho sobre la lucha antifranquista en Andalucía en los años 60 y 70 y la emigración en Barcelona, pero no únicamente para este libro, ya que he tratado el tema en varias obras mías anteriores. Aunque no se note de forma evidente, aunque a veces salga solo una frase, una fecha, un nombre o a veces ni siquiera eso (porque para mí lo más importante es la trama), mis libros están muy trabajados desde el punto de vista documental.
La historia contiene elementos muy diversos: crónica de sociedad, desavenencias familiares, rebeldía juvenil, lucha política, cambios sociales, económicos y urbanísticos, pasión, enamoramientos, machismo, superación, enfermedades… ¿fue difícil «cocinarlos»? ¿Tuvo miedo de que algunos pesaran más que otros?
Cuando escribo un libro no quiero que el lector piense «me estoy enterando de como es la fabricación de velos y mantillas al detalle, cuánto trabajo hay aquí, cuánto sabe esta tía, aunque me estoy aburriendo como una ostra», sino que se sumerja en la trama de tal manera que no pueda ni respirar. Y meter ahí dentro sin bajar la guardia (historia, sociología, ética, datos de ambiente además de la trama narrativa)… pues sí, es muy difícil, no quiero engañarle. Es como el prestidigitador que aguanta varios platos en equilibrio sin que ninguno se caiga al suelo… se necesitan muchos años, mucha experiencia, muchas lecturas para hacerlo cada vez mejor.
Ha declarado que esta es una novela evocadora, pero no nostálgica. ¿Cualquier tiempo pasado no fue mejor? ¿Añora las décadas pasadas o cree que ahora estamos mejor?
Añoro mi juventud, eso sí que no volverá.
CUANDO ÉRAMOS AYER
Pilar Eyre
Planeta