1 El arresto
¿Cómo se llega a ese misterioso Archipiélago? Hora tras hora vuelan aviones, navegan barcos y retumban trenes en esa dirección, pero no llevan un solo letrero que indique el lugar de destino. Tanto los taquilleros como los agentes de Sovturist y de Inturist se quedarían atónitos si les pidieran un billete para semejante lugar. No saben nada ni han oído nada del Archipiélago en su conjunto, y tampoco de ninguno de sus innumerables islotes.
Los que van a ocupar puestos de mando en el Archipiélago proceden de la Academia del MVD.
Los que van de vigilantes al Archipiélago son convocados a través de la Comandancia Militar.
Y los que van allí a morir, como usted y yo, mi querido lector, deben pasar forzosa y exclusivamente por el arresto.
¡El arresto! ¿Hará falta decir que parte nuestra vida en dos?, ¿que se abate sobre nosotros como un rayo?, ¿que representa un duro trauma espiritual que no todos son capaces de asimilar y que a menudo conduce a la locura?
El universo tiene tantos centros como seres vivos hay en él. Cada uno de nosotros es un centro del universo. Y el cosmos se desmorona cuando le dicen a uno entre dientes: “¡Queda usted detenido!”.
Si alguien como usted está detenido, ¿no será que ha habido un cataclismo?, ¿habrá quedado algo en pie?
Con el cerebro en blanco, incapaces de abarcar tales evoluciones del cosmos, a todos, del más simple al más despierto, no se nos ocurre en ese instante, pese a nuestra experiencia de la vida, más que balbucear:
–¿Yo? ¿Por qué?
Pregunta repetida millones y millones de veces antes de que la hagamos nosotros, y que nunca ha obtenido respuesta.
Una detención es un tránsito impresionante, un cambio que nos transpone de un estado a otro.
La larga y sinuosa calle de la vida nos llevaba, a veces con paso alegre y otras veces en un sombrío vagar, a lo largo de unas vallas, vallas y más vallas, cercas de hierro, tapias de cemento, de ladrillo, de adobes o de madera podrida. No nos parábamos a pensar qué podía haber detrás de ellas. No intentábamos elevar la mirada ni el pensamiento hacia el otro lado. Pero allí, precisamente, justo a nuestro lado, a dos metros comenzaba el país del GULAG. Tampoco observábamos en aquellas tapias el incontable número de puertas y portillos perfectamente ajustados y muy bien disimulados. ¡Todos estos portillos, todos, estaban esperándonos! Y de pronto se abría rápidamente la puerta fatal, y cuatro manos blancas masculinas, no acostumbradas al trabajo pero robustas, nos agarraban por el brazo, por la pierna, por la solapa, por la gorra, por la oreja, nos arrastraban como un saco, y cerraban para siempre el portillo a nuestras espaldas, la puerta de nuestra vida pasada.
¡Se acabó! ¡Queda usted detenido!
Y no atinas a dar ninguna respuesta, nin-gu-na, como no sea el balido de corderito:
–¿Yo-o? ¿Por qué?…
El arresto es un fogonazo cegador, un golpe que desplaza el presente convirtiéndolo en pasado, que convierte lo imposible en un presente con todas las de la ley.
Y no hay más. Esto es todo lo que somos capaces de asimilar, no ya en la primera hora, sino incluso en los primeros días.
Centellea todavía en nuestra desesperación una luna de papel, un decorado de circo: “¡Es un error! ¡Lo aclararán!”.
Y todo lo demás, que actualmente conocemos por la imagen tradicional e incluso literaria de una detención, ya no puede almacenarse ni organizarse en nuestra turbada mente, sino en la memoria de nuestra familia y de los vecinos con quienes compartimos piso.
Masacre en la URSS
Once años en un campo de trabajo
El 11 de diciembre se celebra el centenario del nacimiento del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsin, premio Nobel de Literatura y víctima del gulag.
La situación del escritor frente al poder político, que le vigila y le castiga si no se adapta a las normas de lo que se ha de decir en pos del bien general que dictan los gobernantes, tuvo una de sus máximas expresiones, por duración y contundencia, en la vieja Rusia rural, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los precedentes son ilustres: Alexandr Pushkin fue desterrado de San Petersburgo dos veces: la primera por componer unos poemas políticamente incorrectos, y la segunda por declararse ateo.
Años más tarde, Fiódor Dostoievski, por su participación en una tertulia literaria ―lo que para las autoridades equivalía a cometer crímenes contra la seguridad del Estado―, es condenado a ocho años de trabajos forzados en Siberia y a la prohibición de seguir publicando.
A partir de esta experiencia, Dostoievski escribirá Memorias de la casa muerta (1862), que inaugura la narrativa penal rusa del siglo XIX ―basta con leer Resurrección de Tolstói o La isla de Sajalín de Chéjov―, que se extiende al XX con Aleksandr Solzhenitsin, que con El archipiélago Gulag (1973) popularizó un término ―GULAG es un acrónimo de las palabras Glavnoe Upravlenie Lagerei o Dirección General de Campos de Trabajo― que luego se usará comúnmente para referirse a la «reeducación» promulgada por el gobierno soviético, a veces practicada en «centros psiquiátricos».
La obra de Solzhenitsin, premio Nobel en 1970, abrió los ojos al mundo ante una realidad terrorífica demasiado silenciada. Su obra destapaba el ocultismo con el que se habían tratado los campos de trabajos forzados que Lenin y Stalin diseminaron a lo largo y ancho de la URSS. Con la excusa de reformar a delincuentes y antirrevolucionarios, entre los años 1921 y 1953 se masacraría la vida de entre veinte y treinta millones de personas en casi quinientos campos. Por su parte, Solzhenitsin, desde 1940, año en que fue enviado al frente, hasta 1994, cuando pudo regresar a Rusia tras veinte años exiliado en los Estados Unidos, superó todo tipo de penalidades, incluidos once años en un campo de concentración y una deportación a Alemania por atreverse a cuestionar la censura rusa.
Toda su trayectoria literaria está invariablemente unida a esa tragedia, que le proporcionó la idea de la novela Un día en la vida de Iván Denisovich (1962), un debut tardío pero exitoso que no tendría continuidad, pues enseguida las autoridades soviéticas iban a prohibir sus siguientes libros. Pese a todo, Solzhenitsin siguió escribiendo sin rendirse; no en vano, estaba más que acostumbrado a crear en la más pura clandestinidad, pues parte de Archipiélago Gulag lo había escrito en secreto y en condiciones de extrema pobreza en los años cincuenta y sesenta, hasta que consiguió ver la luz en Francia, en los años 1972, 1975 y 1978.
El recuerdo de cómo el sistema estalinista destrozó la vida a tantos millones de personas, de cómo la policía secreta acosaba a una población atenazada por los crímenes políticos, de cómo se formaron las huelgas y las revueltas populares, se extienden por El presidio, El confinamiento y Stalin ya no está. Son los tres volúmenes con los que la historia recordará a un Solzhenitsin que, más que como narrador o ensayista, destacó como un portentoso memorialista. Su tono era sobrio y riguroso, rasgos que demostraban cuán delicado era el material que tenía entre manos, de ahí que su Gulag, en una nota a la primera edición, lo encabezara con estas palabras: «Dedico este libro a todos los que no vivieron para contarlo, y que por favor me perdonen por no haberlo visto todo, por no recordar todo, y por no poder decirlo todo».
Toni Montesinos es periodista y escritor. Su última obra es El fantasma de la verdad (El Desvelo).