«Se supone que el triunfo de los fabricantes de libros sobre los editores de libros, en el sentido anglosajón del término, no es un fenómeno privativo de estos pagos»
Carlos Barral, en su libro Cuando las horas veloces, se lamentó de que el poder editorial, en un momento determinado, pasó en España, definitivamente, a los directores comerciales y gestores abstractos. Y otro editor, Martí Martín, explicó en sus memorias que, con el tiempo, el ideal de los directores comerciales, y de los gestores abstractos, será guillotinar los libros antes incluso de que se pongan a la venta. Se supone que el triunfo de los fabricantes de libros sobre los editores de libros, en el sentido anglosajón del término, no es un fenómeno privativo de estos pagos; solo así se explica que una obra como El barquito chiquitito, de Antonio Tabucchi, publicada en 1978, haya estado tantos y tantos años descatalogada e injustamente olvidada en su país de origen. Ahora Anagrama, que ha editado en España la casi totalidad de su obra, la rescata para el público de habla hispana; enhorabuena.
Antonio Tabucchi (Pisa, Italia, 1943-Lisboa, 2012), considerado como el mejor escritor italiano de su generación, tiene una extensa obra como novelista —Sostiene Pereira fue llevada al cine con gran éxito— y recibió en vida numerosos premios y reconocimientos. El barquito chiquitito, la segunda de sus obras después de Piazza dʼItalia, es la crónica de una familia, la del llamado Capitán Sexto, a partir de la generación de los abuelos, con el telón de fondo de la Italia del siglo XX, donde el régimen fascista impera con su larga sombra más allá de su derrota militar. Así, no es extraño que un antiguo escuadrista, caído Mussolini, milite en la Democracia Cristiana, con gran éxito: «Y en esos años el dinero empezó otra vez a valer algo, de modo que Anselmo Zanardelli, a quien no le faltaba olfato, empezó a vender, y luego a comprar otra vez. Y después a vender de nuevo. De manera que le concedieron el título de Caballero de la Orden al Mérito en el Trabajo» (p. 167). Algunos refranes, solo algunos, son ciertos, como el que predica que en todas partes cuecen habas: recordemos que a Mario Conde, en tiempos, hubo Universidad que lo proclamó doctor honoris causa.
A dos de sus supuestos hijos, el tal Anselmo Zanardelli les impondrá el nombre de Alcide, y ahí es posible que un lector que no conozca la historia reciente de Italia se pierda algún detalle significativo —Alcide era el nombre de pila del eterno capo de la Democracia Cristiana, De Gasperi—. Pero ello no importa demasiado. Este es un libro muy bello, teñido de reflexiones serenas: «No se hace uno adulto hasta que no se piensa en la infancia con nostalgia, aunque haya sido una infancia de piedras; en ese momento esta se nos aparece como un plante perdido en el tiempo, inalcanzable y presente aún, como una fotografía que nos retrata pero de la que hemos salido irremisiblemente; y nos damos cuenta de que ser adulto es solo haber desaprendido a ser niño» (p. 95). Y también: «El tiempo pasa para los demás, no para quien lo mira desde fuera y se siente inmune a él» (p. 177).
El libro contiene algunas imágenes felices, como cuando habla de «la inteligencia de hormigón del ingeniero constructor», o de su «voz diputadesca», o cuando describe al magistrado que juzga al protagonista, Capitán Sexto, militante comunista, por repartir octavillas consideradas subversivas: «Era imposible decir si era un gorila disfrazado de juez o un juez disfrazado de gorila» (p. 213).
En la nota previa a la reedición de El barquito chiquitito, Tabucchi escribió que no había vuelto a leerlo desde que lo escribió, tantos años antes, y que una explicación podría ser que «son muchos los libros que aún no hemos leído y puede parecer una pérdida de tiempo releer uno que hemos escrito» (p. 9). Quien lea —o relea— esta pequeña joya literaria nos parece que no lo perderá en absoluto.
El barquito chiquitito, Antonio Tabucchi, Anagrama, traducción de Carlos Gumperi, 230 pp., 17,95 euros
PROFESOR ELBO