Javier Nicolás (Barcelona, 1960) fue historiador incluso antes de saber que lo era. “Tuve la oportunidad”, explica, “desde el año 1978, y con tan sólo diecisiete años, de haber podido conocer, cartearme y entrevistar a muchos de los protagonistas del período conocido como el III Reich, lo cual —conjuntamente con el trabajo en archivos que he ido haciendo hasta el día de hoy—, me ha permitido elaborar un corpus historicista más sereno, neutral y aséptico que el realizado por muchos de los historiadores o divulgadores que, por no conocer, no conocen ni la lengua alemana, algo esencial para poder comprender esa convulsa época.” Los nombres que deja caer con la tranquilidad de quien se ha acostumbrado a poner esas imponentes cartas sobre el tablero asoman entre nosotros como recién salidos de una enciclopedia de la Segunda Guerra Mundial. Mientras otros adolescentes seguían embalsamados en la grisalla de la atmósfera escolar, Javier Nicolás se entretenía en departir con personajes como el gran almirante Dönitz (sucesor de Hitler y firmante de la capitulación alemana en la Segunda Guerra Mundial), Hans Rudel (el piloto más famoso del bando alemán), Hans Baur (piloto personal de Hitler), Leni Riefenstahl y Winifred Wagner (dos de las mujeres que más intimaron con Hitler), Otto Günsche y Heinz Linge (los dos ayudantes de cámara de Hitler, miembros de la SS, que recibieron la orden de quemar su cadáver), Traudl Junge (la secretaria de Hitler hasta el último día, que redactó su testamento y escribió el libro en que se basó la película El hundimiento), y trató, ya en régimen de confianza, con miembros de las SS y las Waffen SS, protagonistas no tan secundarios de la historia como Leon Degrelle, Henri Fenet, Saint Loup y un largo etcétera, Arthur Axmann y Jutta Rüdiger (jefes de la Juventud Hitleriana), Otto Ernst Remer (general de la Wehrmacht que desbarató la Operación Valquiria), las hijas de Alfred Rosenberg, Heinrich Himmler y el doctor Todt, así como con el hijo de Rudolf Hess y las esposas de Hess y de Streicher.
Lo dicho: toda una novela coral de la Segunda Guerra Mundial, reunida al final de la década de 1970 por un joven al que desde muy pronto habían impresionado la historia y sus protagonistas, y que no dudó en echarse la mochila al hombro para conocerlos más allá de los libros y las películas que relataban, al parecer, sólo una parte de lo que vivieron.
“De lo que no hay duda”, continúa Nicolás, “es de que el III Reich, aquella turbulenta época con una guerra total por medio que se prolongó durante doce años, no dejó incólume a nadie, y menos que a nadie a tantos pensadores provenientes de una corriente nacional-revolucionaria izquierdista, donde los extremos con el mundo nazi se tocaban. Esa época gestaría o redefiniría a pensadores tan influyentes como von Salomon, Ernst Jünger y Niekisch, filósofos de la talla de Heidegger, Évola y Jung, músicos como Carl Orff y Richard Strauss y artistas como Leni Riefenstahl, Winifred Wagner y Arno Breker. Las circunstancias no fueron ni fáciles ni sencillas, con una guerra cruel donde perdió la vida mucha gente y que creó personajes como el doctor Mengele, sobre quien he escrito un libro valiéndome de una profusa documentación que desmonta muchos mitos, sin pretender justificar a tal personaje, desde luego.”
¿Mitos como los que rodean a la más conocida de las obras prohibidas, Mi lucha? Como coleccionista de libros y manuscritos, y especialmente como interesado en los vaivenes de la historia editorial —publicaciones, pérdidas, desapariciones y censuras de obras famosas o (más o menos) desconocidas—, siempre he sentido curiosidad por el caso Mein Kampf. A lo largo de los años, su condición de obra prohibida ha envuelto el libro de un absurdo halo mítico, teniendo en cuenta que hasta cierto punto no deja de ser la autobiografía de un hombre del que lo hemos conocido casi todo. Quizá por ese motivo no me sorprendió el interés que despertó su reedición en Alemania tan pronto quedaron liberados los derechos de autor, las decenas de miles de ejemplares vendidos de una obra que, si la prohibición a la que fue sometida realmente hubiera servido para algo, no habrían salido de las cajas de embalaje por simple desatención de un público persuadido de su total irrelevancia. Sin embargo, más allá de suposiciones y conjeturas, de mitos y verdades a medias, y especialmente del hecho de que no es necesario sentir la menor adhesión hacia el III Reich para interesarse en lo que no deja de ser un documento histórico, la primera pregunta que procedía hacer a Javier Nicolás —que ha sido el encargado en España de prologar su reedición— creo que es también la más obvia.
Dime, Javier: ¿qué contiene realmente Mi lucha?
Sobre todo, sus páginas nos dan una idea del trasfondo ideológico del pensamiento de Hitler, pero muy ligado a la época en que está escrito, los años 20 del pasado siglo. Su mentor y gurú, el dramaturgo Dietrich Eckart, fue el alma y motor de su viaje político e ideológico. La Alemania de entreguerras fue un calado para los jóvenes que iban errando entre prohibiciones, hambre y confusión política. Hitler, a través de su obra, intenta abrir un boquete en ese túnel y arrojar algo de luz. El ambiente se llenó de asociaciones patrióticas, partidos políticos y sociedades secretas, acerca de las cuales también he hablado extensamente en uno de mis libros. En ellas podemos encontrar todo tipo de filias y fobias, con un alto grado de antisemitismo, nacionalismo y racismo, y términos nuevos como ariosofía, ariocristianismo, y una obsesión crucial sobre el mundo de las runas. Rituales ocultistas, con un deje masónico muy efectista, ceremonias secretas con parafernalia medieval, textos muy profundos y peculiares sobre una cosmovisión cristiana transformada, por arte de birlibirloque, en pagana… Un mundo realmente transformador, y nutrido de una simbología muy potente con todo tipo de cruces, runas y signos ancestrales germánicos. Esa era la Alemania que crece dentro de un excombatiente de la Primera Guerra Mundial llamado Adolf Hitler y que dará lugar a Mi lucha.
¿Su gestación se ve entonces motivada por toda esa mitomanía en torno al pasado germano?
En parte sí. Pero sobre todo es una consecuencia de la derrota alemana en 1919. Alemania había quedado aplastada física y moralmente. El ambiente en aquel país se tornó cada vez más nacionalista y combativo. Surgieron partidos políticos por doquier. El NSDAP, con su líder a la cabeza, Adolf Hitler, se crea en 1920. El partido crece y en 1923 tiene lugar el Putsch de Múnich, un golpe de Estado contra el gobierno de Baviera liderado por Hitler. Tras el juicio correspondiente, Hitler fue encarcelado durante un año, hasta diciembre de 1924. En ese tiempo escribió la primera parte de Mi lucha. Es un libro, pues, que denuncia especialmente las consecuencias políticas de esa derrota humillante, la pésima economía de la República de Weimar que somete durante los años 20 a un país a la más terrible pobreza, y sus páginas van poco a poco desarrollando el programa completo del NSDAP desde todos los puntos de vista: ideológico, político, social, cultural, racial y demás. Un 40 por ciento de actualidad de aquellos años y un 60 por ciento de ideología es lo que podemos estimar que se concentra en ese libro. Sintetizando mucho, cabría decir que su objetivo era crear un corpus ideológico y de combate para salir de la gran crisis de la posguerra.
Acerca de Mi lucha, Winston Churchill escribió en 1948, tres años después de finalizada la guerra, lo siguiente: “No había libro que mereciera un estudio más minucioso por parte de los gobernantes, políticos y militares, de las Potencias Aliadas. Todo estaba allí: el programa de la resurrección alemana, la técnica de la propaganda del partido, el plan para combatir el marxismo, el concepto de un Estado nacionalsocialista, la legítima posición de Alemania en la cumbre del mundo. Aquí estaba el nuevo Corán de la fe y la guerra: pomposo, verboso, informe, pero cargado de mensaje”. No había libro que mereciera un estudio más minucioso, repito: y son las palabras de Winston Churchill.
Uno de los artífices de la victoria aliada, aunque, no sé si debo decir que sorprendentemente, después no fue reelegido como Primer Ministro inglés, pero teniendo en cuenta el lugar en los primeros planos que ocupó en la guerra contra Alemania lo más razonable hubiera sido escucharle. Y sin embargo ese libro se prohibió.
Se prohibió, efectivamente. Y esa prohibición tuvo lugar desde el instante mismo en que Alemania fue derrotada, el 8 de mayo de 1945. Hitler cedió los derechos al Estado alemán, que pasaron al gobierno de Baviera. Y Alemania no permitió que ese libro se publicara en ningún lugar del mundo. Perdió los derechos el 31 de diciembre de 2015, tras los 70 años de la muerte de su autor. Desde el 1 de enero de 2016, la obra está en dominio público, aunque su distribución y publicación se encuentran sujetas a las leyes alemanas sobre incitación al odio.
En resumen, la obra ya no está protegida por derechos de autor, pero su publicación sigue siendo un tema delicado y está regulada en muchos países, especialmente en Alemania, donde su difusión puede ser restringida por leyes contra el extremismo. Pero no sólo Mi lucha fue prohibido, sino todo lo relacionado con el III Reich: libros, revistas, arte, música… Cualquier cosa que hable del III Reich sin que exista una clara mención a la contra, está estrictamente prohibido. Hoy en día, 2025, los vendedores de curiosidades y memorabilia del III Reich deben tapar las esvásticas e incluso la cara de Hitler de la publicidad de libros antiguos, folletos, pósters, etc.
Pese a la prohibición, hubo centenares de ediciones clandestinas de Mi lucha en todo el mundo. Especialmente en Sudamérica, en Asia y en España. La justicia alemana persiguió, puso juicios internacionales, condenó e hizo destruir muchas de esas ediciones, aunque en su mayoría eran completamente anónimas, sin editorial responsable, por lo que la persecución quedó en agua de borrajas en muchos casos.
Es decir, que no fue un libro poco distribuido ni poco leído, ni siquiera a lo largo de los años en que se mantuvo la prohibición.
De hecho estaba en todas partes. En Alemania es la obra que más se ha vendido y difundido después de la Biblia, teniendo en cuenta, además, que se publicó en 1925 y se prohibió en 1945. Un plazo de tan sólo veinte años. Se calcula que en el área germanoparlante existen más de 13 millones de ejemplares y más de mil reediciones desde la primera de 1925.
Previamente, se había ya editado un folleto con el que tenía que haber sido el título del libro: “Cuatro años y medio de lucha contra la mentira, la estupidez y la cobardía”. Hitler aceptó que era un título demasiado largo y no se opuso al recorte editorial, que propuso el posterior y definitivo de Mi lucha. El primer volumen se publicó el 18 de julio de 1925, en Múnich. El segundo volumen, en el que Hitler trabajó desde agosto de 1925 hasta octubre de 1926, se publicó el 10 de diciembre de 1926.
Aparte se lanzaron ediciones especiales de todo tipo, desde la primera edición popular, que data de 1930, hasta las ediciones de lujo para personajes concretos del III Reich o estamentos como la SS. También se hicieron ediciones conmemorativas para los Juegos Olímpicos de 1936, para las escuelas (sin ser texto obligatorio), y para que pudiera llevarse en las mochilas de los soldados de la Wehrmacht (algo que tampoco tenía carácter obligatorio). Se ha editado en dos volúmenes y en uno solo, o en 18 números como la primera edición americana, y, por supuesto, en braille.
En cuanto a las cifras, hasta 1945 se imprimieron más de doce millones de ejemplares de Mi lucha en su idioma original. Y en su mayoría se vendieron. Hasta el año 1958 no se descubrió en los Estados Unidos, fruto de la gran rapiña, el libro oculto de Hitler, el nunca publicado, obra de 1928.
Nunca había oído hablar de esa obra. ¿Un libro oculto de Hitler?
Así es. Se trata en realidad del tercer volumen de Mi lucha, que Hitler escribió durante el verano de 1928. Estaba más orientado a temas de política exterior y a la cuestión del Sudtirol. El llamado Segundo Libro no sería publicado hasta 33 años después, en 1961, y se agotó enseguida. Al parecer, dados los acontecimientos políticos, Hitler no quiso publicarlo tras completar su redacción, así que entregó el manuscrito a los editores y estos lo guardaron en su caja fuerte.
Hasta el año 1958 ese libro no se descubrió en Estados Unidos. Hubo muchas tensiones acerca de qué hacer con el texto y si era conveniente editarlo. Contra todo pronóstico, el libro fue publicado en Alemania por el IFZ (Instituto de Historia Contemporánea) bajo el título de El segundo libro de Hitler. Un documento de 1928.
Por supuesto, el manuscrito original fue saqueado por un oficial americano que entró en aquel caótico año de 1945 en la propia editora del partido en Múnich, y se lo habría llevado a su casa como con tantas y tantas cosas hicieron los vencedores en la derrumbada Alemania. Finalmente, el texto se microfilmó para los archivos de Virginia y se devolvió el manuscrito a su país de origen.
¿Por qué no se publicó, entonces, en la fecha en que Hitler lo dio por terminado? Hay varias teorías al respecto, pero probablemente la más acertada sea la de que el propio editor, Max Amann, no vio adecuado que saliese otra obra de Hitler, ya que haría la competencia a su propio libro, Mi lucha, que en esas fechas y dada la situación económica se iba vendiendo muy lentamente.
Volviendo a Mi lucha, ¿qué es lo que ha cambiado para que ahora se haya levantado el veto sobre su reedición?
No ha cambiado nada, salvo el hecho de que han transcurrido ya 70 años de la muerte de Hitler. Es una mera cuestión de pérdida de derechos. Éstos han vencido y desde ese momento Mi lucha puede volver a editarse, aunque no sin una enorme resistencia por parte de quienes detentaban los derechos de publicación. Lo más preocupante de la historiografía de esta obra es esa fijación por no dejar leerlo libremente. Y el problema de raíz es el propio pueblo alemán, el cual ―cien años después― no ha sabido pasar página, o, al menos, tomar las riendas históricas de lo que constituyó el III Reich con sus luces y sombras. Afortunadamente para el mundo libre, el 31 de diciembre de 2015, 90 años después de la primera edición de Mi lucha expiraban los derechos de autor de Hitler, por lo que, en teoría, se podía publicar sin trabas. Pero eso no gustó entre quienes detentaban esos derechos. Tenían que intentar pararlo. Se llegó incluso a pretender alargar ese veto a la edición por unos años más, amparándose en una ley extraordinaria. Como aquello no llegó a puerto, no les quedó más remedio que contrarrestar la libre circulación del libro: de modo que encargaron una edición crítica al IFZ (Instituto de Historia Contemporánea) de Múnich, en la que las 800 páginas originales de Mi lucha fueran aumentadas con comentarios minuciosos, hasta doblar con creces las páginas, que alcanzan las 2.000. Esta edición, realizada en 2016 y ya agotada, se acercaba a los 100.000 ejemplares, una cifra que muestra cuando menos un interés real en lo que Hitler escribió, más allá de un conocimiento de segunda mano.
Ya durante la época del III Reich, Mi lucha se tradujo a 16 idiomas, entre ellos al japonés y al árabe. El partido se ocupó de supervisar y controlar con gran cuidado esas ediciones ―generalmente abreviadas―, para que pudieran llevar el imprimátur del NSDAP. En nuestro país se publicó en 1935, y se reeditó dos años después. La primera edición apareció en la editorial Araluce de Barcelona, y la segunda en 1937, en Ávila. La edición americana ―también abreviada― data de 1933, y se publicaron traducciones para el mundo anglosajón sin el visto bueno de la editora del partido, la Franz Eher Verlag, lo que conllevó amplias quejas tanto por los conductos diplomáticos como por los legales. De todos modos hubo bastante mercadeo por parte de ingleses y americanos, muy interesados en publicar el libro del momento, y con la excusa de la guerra en 1939, los derechos de autor y las autorizaciones pertinentes fueron absolutamente ninguneados. La edición rusa se publicó, según parece, a finales de 1933. Se dice que Stalin la leyó detenidamente y que anotó comentarios en el ejemplar que manejaba.
No sé si hay algo que pueda explicar el hecho de que ese libro haya estado prohibido tantos años, salvo, tal vez, la sobrerreacción de los aliados y de la propia Alemania: lo que se hizo al término de la guerra a efectos de establecer un “cordón sanitario” en torno a la figura central del nazismo quizá se convirtió en el status quo oficioso de un mundo que, concluida la guerra y celebrados ya los juicios en Nuremberg, se había convencido de que todo lo malo que conllevó el régimen nazi podría evitarse en el futuro si las palabras de quien fue su líder quedaban indefinidamente al recaudo de una caja fuerte editorial. Es decir, que lo que comenzó como una simple precaución quizá pasó a ser una situación aceptada, un poco por dejadez y un poco por persuasión casi supersticiosa.
No exactamente. El año de 1945 supuso un antes y después en la historia de Alemania. Tras el proceso de Nuremberg, el pueblo alemán fue culpabilizado brutalmente, hasta el día de hoy. La obra de Hitler, Mi lucha, fue tan popular que había que cercenar ese éxito, erradicar de las bibliotecas y librerías toda mención o referencia. Sucedió lo mismo con la esvástica. Desde 1945 los aliados machacaron insistentemente a los alemanes (y eso continúa sucediendo hoy desde los Kindergarten), con esa culpabilidad obsesiva. Ten en cuenta que el símbolo de la cruz gamada y Mi lucha son sus signos más visibles, las encarnaciones de la culpa. Había que borrarlos de la historia de Alemania, estigmatizarlos, satanizarlos, por encima de la propia historia. Esa es la auténtica razón de esa prohibición, prohibición que muchos autores, historiadores y pensadores han criticado desde entonces, aduciendo que es demasiado opresiva, cansinamente opresiva.
Por otro lado, el paralelismo entre la prohibición de Mi lucha y de otras obras de aquella época y las quemas de libros organizadas por los nazis (no olvidemos que los libros incautados por el Estado son quemados, hasta el día de hoy) es tan evidente como paradójico. Y digo “paradójico” porque esa prohibición no deja de ser una extensión de la misma censura que se aplicó durante el III Reich. Pocos meses después de que éste se instaurase, el 30 de enero de 1933, se produjeron en Alemania una serie de actos simbólicos contra las obras que el NSDAP consideraba perniciosas para la juventud alemana, actos que adoptaron la forma generalizada de quemas de libros. Todo ello empezó en Berlín el 10 de mayo de 1933, y se extendió por una veintena de universidades a lo largo del Estado hasta el verano de ese año. En total se debieron de quemar unos 25.000 libros, pertenecientes a autores tan conocidos como Freud, Marx, Mann, Benjamin, Brecht, etc. Pero sólo se produjo en ese año de 1933 (y en 1938 en Austria). Si repasamos la historia, desde la biblioteca de Alejandría hasta la quema de libros a manos de la Santa Inquisición, comprobaremos que esa clase de atrocidad nunca ha dejado de repetirse. En nuestro país, por ejemplo, durante la guerra civil, el bando republicano quemó bibliotecas valiosísimas de incunables y otros textos religiosos antiguos en conventos, abadías o monasterios (de paso también quemaron los edificios y las obras de arte, y mataron a los curas). No es ningún consuelo, pero al menos los libros quemados por los nazis eran ediciones modernas… En fin, los historiadores deberíamos mantener las distancias y desmitificar los tópicos que sólo se refieren a un bando y no al otro, tema del que hablo en mi obra sobre fraudes históricos. Para poder contar la historia tal y como fue, o al menos lo más aproximadamente a como sucedió en realidad, la tabula rasa debería ser igual para todos, pero lamentablemente no es así. Con los asuntos que implican al III Reich la desvirtualización de textos y hechos es sistemática. Sucede también, por ejemplo, con la Sociedad Ahnenerbe, de la que se ha hablado hasta la saciedad, casi siempre mezclada a tergiversaciones y manipulaciones, hasta convertir el intento de un corpus científico llevado a cabo por los mejores científicos de la Alemania de entonces, que profundizaron en los mundos de la arqueología, la filología, el tradicionalismo y los estudios literarios, en una conspiración esotérica de ovnis, ocultismo y papanatería. En mi obra sobre este asunto trato de poner orden y barrer el polvo que ha dejado ese mito.
No quiero terminar sin preguntarte por tus otras aficiones, más allá del marco de la Segunda Guerra Mundial. Tu galería de fotos personales está repleta de rostros sumamente conocidos…
Del mundo estrictamente historicista que acabo de relatar, he podido escapar, dicho esto entre comillas, hacia otros destinos, como el musical y operístico (he colaborado como crítico musical en varias revistas especializadas) a través de las obras de Richard Wagner. Desde muy pronto pude profundizar en sus obras y escribir y dar conferencias sobre ellas, lo que me convirtió durante bastantes años en el presidente de la Asociación Wagneriana de Barcelona y vicepresidente (actualmente) de la AWE, la Asociación Wagneriana de España. Otro de los tótems de mi cultura personal es Pío Baroja, autor que leo desde los diez años y por cuya obra siento una pasión sin medida. He podido repasar su obra (hasta el día de hoy), y preparo un par de libros sobre su particular visión del mundo y su carrera literaria.
Los viajes me han perseguido toda mi vida, y he visitado más de 110 países, incluida la Antártida, donde, además, pude dar una conferencia en una base científica acerca de la Segunda Guerra Mundial. Mi trabajo como guía turístico me ha llevado desde la India y Nepal (donde me inicié en este trabajo), hasta Tanzania y Kenia (donde pude hacer un safari fotográfico con el actor Jack Lemmon). En mi vida he tratado también personalmente a otros personajes como Nelson Mandela, David Bowie (que tuvo la amabilidad de invitarme a unos gin tonics), Monserrat Caballé (buena amiga: me cantó el Cumpleaños feliz en el aeropuerto de Barcelona), Mario Vargas Llosa, los presidentes argentinos Viola y Videla, Giménez Caballero y Julio Caro Baroja, Kim Novak y Tony Curtis, entre muchos otros.
Como anécdota, en el año 1977 o 1978, durante la feria del libro en mi ciudad, Barcelona, firmaban obras a la misma hora Julio Cortázar y el gran Borges. Había unas colas kilométricas, y yo me decidí por Cortázar pues era un fan en mi adolescencia. Conocí pues a Cortázar, un hombre que me impresionó mucho, y me dedicó un libro. Naturalmente, fui corriendo luego a ver a Borges, pero se había ido antes por indisposición, por lo que no pude conocerle. ¿Fue la elección correcta? No lo sé, pero la cosa salió así.
Quizá los senderos se bifurquen, pero uno, por desgracia, no…
Efectivamente. La vida es un constante viaje donde no siempre el equipaje es el adecuado. Hay que sortear atajos y accidentes, y prever los imponderables que surgen constantemente. Pero, si quieres que te diga la verdad, al final uno hace lo que buenamente cree que vale la pena. Y en mi caso ha sido ese nicho de literatura histórica, en forma de ensayo (aunque también he cultivado la novela) que da satisfacción a mi vida y, a través de la verdad y el rigor, creo que marcan el trabajo que intento hacer. Sea.
Lorenzo Luengo
Imagen: Ediciones de Mi lucha en varias de sus traducciones. Fotografía del fondo personal de Javier Nicolás)
Obras publicadas por Javier Nicolás sobre la historia del III Reich:
Jünger y el nacionalsocialismo. Javier Nicolás. Editorial EAS. Alicante (2017).
La Ahnenerbe en España. Javier Nicolás. Editorial EAS. Alicante (2021).
El Putsch de Múnich, el desafío que forjó un Reich. Javier Nicolás y Santos Bernardo. Editorial EAS. Alicante (2023).
Sociedades secretas y ocultistas previas al III Reich. Javier Nicolás. Editorial EAS. Alicante (2024).
Dietrich Eckart, guía y consejero de Hitler. Javier Nicolás. Editorial EAS. Alicante (2023).
Fraudes históricos. Javier Nicolás y Santos Bernardo. Editorial EAS. Alicante (2025).
Josef Mengele, luces y sombras. Javier Nicolás. Editorial EAS. Alicante (2025).
Sociedades secretas y ocultistas previas al III Reich. Javier Nicolás. Editorial EAS. Alicante (2024).



