Una cuarentena de piezas de diversa extensión -aunque prima la exposición breve- componen la sólida arquitectura de esta flamante entrega de George Reyes (nacido en Los Ríos, Ecuador), quien conjuga con su labor poética su actividad como ensayista, narrador, crítico literario, editor, educador teológico, asesor académico y teólogo.
Esta diversidad de intereses en variadas disciplinas del pensamiento se ve claramente reflejada en Veintiún signos en la frente, volumen que, apelando a un ajustado formato poético, da cabales muestras de la múltiple formación humanística del autor. Es Reyes un voraz lector que abrevó tanto en las sucesivas facetas de la tradición literaria occidental como en las más variadas corrientes de la filosofía, tanto la pretérita como la más cercana a nuestro tiempo. Ello, por supuesto, sin que sea posible obviar, en su obra lírica, el poderoso influjo de la espiritualidad, que lo tiene como uno de sus soldados mejor dotados para explicitar y difundir el meollo de lo sagrado.
Justamente este aspecto, muy puesto de relieve en sus obras, destaca también en Veintiún signos en la frente, señalando la necesidad -y el influjo que ejerce en el autor- de aquello que el latino llamaba religare; esto es, el “volver a unir”, tornar a convertir en uno lo que ha sido separado. Afín a la mayoría de las corrientes religiosas de todos los tiempos y lugares, el afán de la reunión entre lo uno y lo diverso -tal el sentido de la misma palabra universo- es aplicable de inmediato al individuo aislado del conjunto de los seres y las cosas y, por supuesto y en primerísimo lugar, separado de aquello que creó y simboliza todo el conjunto desde el punto de vista espiritual y que tan variados nombres recibió en el transcurso de la evolución del entendimiento humano.
El anhelo de unión con lo supremo y absoluto tiene -como bien sabe el poeta- su correlato dramático en las vicisitudes previas a su realización posible o sucesivo fracaso, devenido no solamente de la remota partición mítica de aquello que era unidad en el origen, sino también y muy principalmente por el desarrollo del sujeto como entidad separada del conjunto de lo creado y la deidad misma.
El proceso de individuación, que conlleva una evolución cismática y generadora de imágenes del mundo y del mismo sujeto respecto de sí mismo, muy diferentes del abarcamiento general que brindaba la primordial y epifánica, es justamente la fuente de todo sufrimiento en el largo camino de regreso a la reunificación final, sea esta factible o no.
Tan complejo cometido implica un abordaje por demás arduo y un genuino desafío para el discurso poético: En Paradise Lost, el gran poeta inglés John Milton (1608-1674) -otro autor bien enterado del sentido trágico de tal destierro y de las posibilidades estéticas y metafísicas de tan grave episodio- lo corrobora acabadamente.
Es George Reyes quien, con gran solvencia, se muestra capaz en Veintiún signos en la frente de retomar -aunque no sea la tópica única, sí a mi modesto juicio resulta ser la principal- este drama eterno de la dualidad, cuya profundización, en rotunda paradoja, no parece humanizarnos en mayor medida, sino precisamente todo lo contrario: nos va privando paulatinamente de nuestra misma esencia, abortada a mitad de camino y degradado como resulta, de modo progresivo, cuanto nos resta de nuestra posibilidad de realización como tales, inmersos, como con acertado neologismo señala el poeta ecuatoriano, en un “imparaíso”, nombrado por Reyes en su poema Y después, de la página 22, verso décimo tercero.
Es detalle de ningún modo menor, más allá del pivote argumental que tan bastamente intenté definir, la fluidez y originalidad del discurso empleado por George Reyes para abordar tan grave cuestión y salir airoso de tan ambicioso desafío. No existe ninguna burda exposición meramente declamatoria, ni se cae en el error de apelar a las oscuridades de un “lenguaje que finge sabiduría”, como tan agudamente caracterizó a esa añagaza Jorge Luis Borges (1899-1986). El verso de Reyes fluye con singular potencia mas no estruendosa en pasaje alguno: se impone por su propio peso conceptual y a la vez emotivo, en feliz matrimonio de ambos poderes para ingresar más y mejor en la sensibilidad de sus lectores.
Luis Benítez
Veintiún signos en la frente
George Reyes
Valparaíso Ediciones, 64 pp., 12 €



