¿Por qué crees que la sensibilidad ha sido históricamente marginada o incluso vista como una debilidad?
Porque vivimos en una cultura oficial que han asociado la fuerza con la frialdad. El sensible era visto como frágil, inútil, improductivo. Se confundió sensibilidad con debilidad, cuando en realidad es lo contrario, hace falta mucha fortaleza para atreverse a sentir de verdad. La sensibilidad molesta porque rompe con el ideal de control y eficacia que sostienen nuestras sociedades turbocapitalistas.
En el libro planteas que la represión emocional nos desconecta de nuestra humanidad. ¿Cómo podemos comenzar a revertir esa desconexión?
El primer paso es reconocer lo que sentimos, sin filtros ni máscaras. Permitirnos emocionarnos, llorar, enfadarnos, reír… como actos de dignidad. Después, aprender a compartir esas emociones con personas que puedan comprendernos y sostenernos sin juzgar. Es una práctica lenta, pero cada gesto de apertura nos devuelve humanidad.
Hablas mucho de la “militarización emocional” y del culto a la eficiencia. ¿Cómo se traduce eso en nuestra vida cotidiana?
Se traduce en frases como: “no llores”, “no te quejes”, “hay que aguantar”. Se traduce en vidas robotizadas, por inercia, llenas de tareas y rendimiento, donde no hay espacio para sentir. Vamos a trabajar, ‘producimos’, consumimos… y mientras tanto nuestro mundo interior se consume y marchita. Esa es la militarización: la proliferación de corazas que nos alejan de lo humano, de lo vivo.
¿Qué efectos concretos has observado en las personas que viven “funcionando” pero sin sentir?
He visto vacío, ansiedad, soledad disfrazada de aparente éxito. Personas que parece que tienen todo lo que “habría que tener” pero sienten que la vida no les llena. Cuando se vive sin contacto emocional, la desconexión interna se convierte en enfermedad física, psicológica y relacional. Es un dolor silencioso que lo va contaminando todo.
¿Cómo crees que debe transformarse la psicología para volverse más humana, más “sentida”?
La psicología debe bajar del pedestal racionalista, matemático, incluso filosófico, y acercarse más a la experiencia real de las personas. Escuchar, acompañar, validar emociones. No todo puede resolverse con técnicas, protocolos y manuales académicos. Hace falta valentía para reconocer que la salud psicológica también pasa por abrazar y validar la sensibilidad y no solo por entrenar la mente.
En el libro dices que “la sensibilidad bien acompañada es un regalo”. ¿Qué implica aprender a disfrutar de nuestra sensibilidad?
Implica dejar de verla como un problema. La sensibilidad nos permite saborear la belleza, la conexión, lo sutil. Pero en soledad, mal comprendida o mal acompañada, puede convertirse en sufrimiento. Aprender a disfrutarla significa crear contextos seguros, relaciones auténticas, espacios donde lo sensible no se reprime sino que se celebra. La sensibilidad es casi lo más importante que tenemos, se puede convertir en nuestra brújula interior y criterio propio a la hora de tomar decisiones.
Uno de los ejes del libro es la importancia de compartir lo que sentimos. ¿Qué cambia cuando nos abrimos emocionalmente ante los demás?
Cambia todo. Cuando compartimos en espacios seguros, dejamos de cargar en soledad. La emoción se transforma, deja de ser un peso y se convierte en puente. Aparece la conexión REAL, el “no estoy solo en esto”. Compartir emociones nos hace más humanos, nos devuelve la confianza en la vida y nos ayuda a caminar juntos.
¿Qué le dirías a alguien que nunca ha hecho un trabajo emocional y quiere empezar a leer el libro?
Le diría que no tenga miedo. Este libro no juzga ni impone. Este libro acompaña y te desculpabiliza. No necesitas formación ni experiencia previa, solo curiosidad y ganas de reencontrarte contigo mismo. Abiertos a sentir es un viaje sencillo y profundo a la vez. Te ofrece reflexiones, anécdotas, recomendaciones y pasos concretos para empezar a abrirte a tu sensibilidad desde donde estés.
En La belleza de la rareza reivindicas lo diferente, lo marginal, lo no normativo. ¿Crees que la sensibilidad también forma parte de esa “rareza” que necesitamos empezar a valorar más?
Totalmente. La sensibilidad es una rareza porque incomoda al viejo sistema. Pero también es un tesoro, una forma de ver y de sentir la vida más allá de lo superficial. Reivindicar la sensibilidad es reivindicar lo humano en estado puro. Y necesitamos hacerlo ya, porque sin esa rareza, este mundo se vuelve inhabitable por superficial, monótono, repetitivo, insensible y carente de sentido. El sentido se origina en el sentimiento, ambas palabras comparten la misma raíz.
Fuente: Bibiana Ripol Comunicación