La autora nacida en Quitilipi, provincia argentina del Chaco en 1953, a través de las densas páginas de El Libro (no) de los Salmos pasa vertiginosamente del plano detalle al cuadro abierto de gran formato para dar cuenta de todo lo que tiene para decirnos y qué saber muy bien como no explicitar erróneamente, apelando a un continuado juego de alusión y elución que, no por repetitivo, fatiga la lectura, sino que, exigiendo al límite a su lector, logra en sus pasajes más acertados hacer detonar sus buenas bombas de sentido.
¿Exhibe altibajos esta flamante novedad editorial que nos ofrece Susana Szwarc? Por supuesto que sí, al igual que los encontramos en Emily Dickinson (1830-1886), Marianne Moore (1877-1972) o la misma Elizabeth Bishop (1911-1979), de quienes, entre otros ancestros, desciende el linaje autoral de la argentina. ¿Qué maravilla de entre las obras de arte escrito no adolece de subidones y bajones? El mérito notorio invariablemente subsume al achacable defecto, tomando en cuenta que quien escribe es un ser humano y la poesía, el más exigente de los géneros, no lo es.
Por otra parte, y es cosa no menos importante, justamente esas inevitables flaquezas lo que hacen es, por contraste, tornar más brillantes los aciertos puntuales del conjunto del corpus: la oscuridad posee la ¿paradójica? cualidad positiva de resaltar cuán potente es la iluminación que asiste a las líneas siguientes. Y muy seguidas surgen estas últimas en El Libro (no) de los Salmos.
Un discurso poético que parece, por momentos, estar a punto de salirse de sus carriles recorre enteramente este trabajo, arduo por cierto, emprendido por Szwarc en su ambición por llegar, si puede, a los límites mismos de la palabra. Recurso obligado del género, la palabra no está hecha para otra cosa que designar, categorizar y definir, cuando puede, las cosas de este mundo hasta donde alcanza el entendimiento humano. Lo que subyace más allá de la frontera de la lengua, esto es, lo Real, resulta inabordable por ser intrínsecamente ajeno, aunque nosotros, oxímoron vivientes y creadores de la palabra, seamos parte y propiedad del mismo reino ineludible.
Como Susana Szwarc bien lo sabe y está dotada de una afilada inteligencia poética, opta por atacar la muralla eligiendo por blanco para sus disparos uno de los flancos, si bien no menos defendido, capaz de permitir algunos claros aciertos: elige lo efímero del instante, su perpetuación en la palabra, no como paralítica epifanía, detención de cuanto es fluido por su misma naturaleza, lo uno que invariablemente se transforma en lo otro y en lo otro y después en lo otro. Sí, como captura desde lo cotidiano de cuanto remite a otras esferas, porque siendo lo finito nos interpela desde la infinitud a la que pertenece. Nobilísima propuesta y acertada meta del deseo, pues conduce a un polisémico abanico idóneo para contener desde las referencias bíblicas tomadas bien al sesgo, lo existencial, lo amoroso, el sonido de algo que cae y el tacto mismo de la mano que lo levanta en una cocina de Buenos Aires, el beso y la bofetada, la referencia histórica y los más graves instantes de lo subjetivo; inclusive, hasta la variopinta cara de la dicha y el fracaso caben en esta suerte de Aleph que nos invita a visitar, con mano franca, la autora. Que está al tanto de los riesgos que implica su propuesta, sí que lo está y muy bien: por eso mismo se arriesga y sale vencedora, pues Susana Szwarc es mujer valiente, además de una de las voces más destacadas y destacables de la generación poética argentina de los años ochenta. Sabe de peligros y también de cómo afrontarlos en su escritura.
Definitivamente, en El Libro (no) de los Salmos ronda la desmesura, pero también abundan las felicidades.
Luis Benítez
El Libro (no) de los Salmos
Susana Szwarc
Ediciones Hiperión, 68 pp., 12,95 €