Recordar es narrar, es fabular sabiendo que poco o nada separa la memoria de la imaginación, y que así es como dotamos de sentido al mundo, a nuestro pasado y a nosotros mismos. Con esta idea tejiendo la narración, en El desván de las musas dormidas (2025) Fulgencio Argüelles (re)construye el universo mítico de la infancia, tal vez la suya, aquella que imagina porque recuerda o viceversa, recuerda porque imagina, para dotar de poética a aquello que de forma última el tiempo condena al olvido.
En su anterior novela, Noches de luna rota (2022), el autor asturiano presentaba la polifonía de un pequeño pueblo de posguerra cuyos habitantes se encuentran sumidos en las secuelas causadas por la gran historia y también por las historias pequeñas y personales, a veces heredadas y transmitidas de padres a hijos, prescindiendo completamente de la figura de un narrador y siendo cada personaje el que cedía el testigo de voz a voz, capítulo tras capítulo. En El desván de las musas dormidas Argüelles apuesta por una orquestación completamente contraría, donde una única voz solista es quien tiene la responsabilidad de revivificar todo un mundo.
Seguimos habitando coordenadas geográficas por las que Argüelles nos ha guiado en novelas previas, adentrándonos en un pueblo minero del norte de la península que lucha por su supervivencia en la época de posguerra. Desde los primeros recuerdos hasta la adolescencia, una voz rememora su infancia y, como resultado de este acto, ilumina a sus vecinos, compañeros y familiares, sus primeros descubrimientos del mundo, las heridas primerizas que marcarán cuerpo y espíritu, y a la vez compone un imaginario que construye un lenguaje, una manera de ver y de articular el pasado desde el presente. No hay nombres propios, solo su encarnación en palabras, ni siquiera se menciona el nombre de quien habla pese al eco que el texto crea al referirse el narrador al suyo propio, cuando menciona que tiene aire antiguo. Argüelles juega aquí a una aparente autoficción, cuando por ejemplo hilvana en la memoria reconstruida el posible origen de su novela El palacio azul de los ingenieros belgas y sin embargo, de forma simultánea, explicita el carácter imaginativo que tiñen estos recuerdos. Si bien la no-ficción puede ser engañosa, la ficción nunca miente y la realidad que crea nunca muere.
A medida que la voz narrativa se adentra en el mundo que está evocando, esta además medita sobre la (im)posibilidad de recordar dado que «la memoria habita en el universo de la fantasía, porque necesita las herramientas de la imaginación para enfrentarse al paso arrollador del tiempo». Los recuerdos portan la marca de lo arbitrario, reflexiona el narrador, porque «la memoria se mueve de un lado a otro, arriba y abajo, como el agua de un tonel cargado en un viejo carro que avanza por un camino empedrado».
De entre todos los seres que pueblan este ayer en la que una voz se recuerda e imagina como niño, el padre se encarna como figura central, hombre culto y aquejado de ataques de epilepsia, lleno de añoranza por quién podría haber sido al haber logrado treinta y dos matriculas de honor en su juventud y trabajar paleando carbón en su vida adulta. El niño se forma a lo largo de la novela, el padre se transforma con su fracaso. Pero es el padre quien le abre al niño el mundo de las musas, quien le introduce en el mismo y quien, palabra a palabra, también le proporciona un lenguaje que el niño apunta en su libreta azul y cuya gramática funde en su mente. Tal vez, como declamaba Homero, uno necesite de las musas para narrar, pero es sumergiéndose en el acto mismo de narrar como Argüelles las despierta, un acto compuesto de palabras y lenguaje heredado y aprendido a través de este padre.
La prosa de Argüelles, cargada de poeticidad y belleza, es capaz de dar vida a los sedimentos hechos a base de recuerdos y, con cada frase, infunde vida en este texto que destila un profundo aire de nostalgia y humanidad que se insufla en sus personajes. Argüelles posee un enorme domino del arte literario y de las formas de la narración, que lo pone al servicio de un tejido lírico lleno de sensibilidad.
Así, en esta novela de la memoria, propia y colectiva, Fulgencio Argüelles se adentra en su desván, desvela a las musas y reivindica una vez más el arte de narrar.
J. Casri
El desván de las musas dormidas
Fulgencio Argüelles
Acantilado, 344 pp., 24 €