Nocturno, de Gabriele D’Annunzio, en edición de Javier Jiménez, es el testimonio de una pasión, la del vuelo y la aviación, que cumple el mito de Ícaro. Es el osado manifiesto de una misión sagrada, la de la unidad y la gloria de la Nueva Italia, lo que implica la reclamación de las ciudades y enclaves del imaginario nacionalista que permanecen en manos del enemigo. Transcurre en un mar único, el Adriático, que alcanza cotas míticas gracias a los versos del Poeta, cuya lengua es el italiano y cuyo centro neurálgico es Venecia. En él se da cuenta de un enemigo terrible, la ceguera, y de una amiga querida, la muerte. Nos ofrece, en palabras de uno de sus grandes admiradores, nuestro Eugenio d’Ors, la «poesía de la ceguera… la poesía de la mudez, y luego de la palabra ganada o recobrada». Finalmente, es la crónica de una causa irredenta, la del propio D’Annunzio.
Nacido en 1863, el escritor, como apunta Antonio Scurati, «ha invertido los primeros cincuenta años de su vida en intentar convertirse en el primer poeta de Italia. Y lo ha conseguido». Y ahora, «a la edad en la que los hombres de su tiempo entran en la vejez, D’Annunzio decide convertirse en el primer soldado de Italia», subraya Scurati. Nocturno es la obra que D’Annunzio comenzó a escribir mientras estuvo temporalmente ciego, durante la Primera Guerra Mundial, en la que el Reino de Italia se alineó con los países de la Triple Entente, Francia, Rusia y Reino Unido, contra las Potencias Centrales: Alemania, Austria-Hungría y Turquía. El 24 de mayo de 1915, cuando Italia declaró la guerra a Austria, D’Annunzio dio fin a su «exilio» en Francia, donde había huido acosado por sus acreedores y sus amantes.
«Entusiasta que vocifera», como le calificaba D’Ors en su Nuevo Glosario, es un exaltado poeta de ideales patrióticos que canta por una Nueva Italia. Maestro en el arte de manipular las palabras, a D’Annunzio se le podrían perdonar muchos de sus pecados porque poseía un coraje físico poco común, asegura Mario Silvestri: aunque en su época se aceptaba como lugar común que tenía unas maneras exaltadas, era difícil juzgar con dureza a un hombre que, después de haber elogiado la guerra a grandes voces, ahora se zambullía de lleno en ella, participando en acciones ciertamente peligrosas, en un alarde de coherencia.
Participará activamente en el conflicto, con su voz –proclamando discursos–, con su verso –componiendo los poemas de guerra que cantan las gestas de los héroes italianos–, y con sus propias manos –lanzando panfletos o bombas sobre las ciudades que sobrevuela–. La Nueva Italia reclamaba al enemigo enclaves como Trieste, Fiume, Pola, Zara, Cattaro, Durazzo, Gorizia, Vallone, Timavo, Doberdò, Buccari y otros lugares estratégicos de la costa dálmata, rica de vastas y profundas ensenadas, franqueadas por una barrera casi ininterrumpida de islas, en la cual los austríacos habían creado bases y puntos de apoyo logístico, eficazmente protegidos por la naturaleza, fortificaciones, minas o sumergibles… Aquellos nombres los repetirá el Poeta en estas páginas como una salmodia profana, como las avemarías de un rosario bélico. Con todo, verá cumplidos durante el conflicto sus nuevos propósitos: dar rienda suelta a su fervor guerrero, lograr su visibilidad como orador político, y ver culminada heroicamente su pasión por la aviación. Las líneas que D’Annunzio arrebató a la ceguera son el diario de dicho aprendizaje. Como sentencia Scurati, «su nombre está inscrito con todo derecho en la lista de los ases y los héroes».
Nocturno. Cuadernos de guerra de un aviador entre tinieblas
Gabriele D’Annunzio
Fórcola, traducción de Julio Gómez de la Serna, 396 p. 29,50 €