En un momento histórico en que el avance desaforado y brutal de la tecnología, más allá de una fascinación incrédula, nos provoca pavor; un libro como Las máquinas enfermas (Páginas de Espuma, 2025) de Alberto Chimal es exactamente el que necesitamos leer. No solo por lo bien informado y la autoridad con la que se desliza por estos temas resbalosos, sino porque los aborda de una manera inmensamente creativa; mezclando humor, ironía, crítica social y política con una fantasía salvaje e inusitada. Estos relatos adictivos quedan reverberando en las sinapsis mucho tiempo después de su lectura y resuenan con nuestro día a día cada vez más digitalizado. Ante la veneración de los prodigios de la llamada inteligencia artificial, Chimal es el antídoto; inteligencia humana de la buena. Un libro para pensar y disfrutar.
Ante la pregunta sobre su formación como lector y escritor Alberto Chimal cuenta que ha sido desde siempre un lector ávido e incansable. Eran habituales sus recorridos por su Coluca natal, dice, caminando y leyendo a la vez. Y su interés por la escritura comenzó en el momento en que se enteró, al leer en una antología de Isaac Asimov, que había personas que escribían los libros, y que, además, eso era algo que se podía aprender.
Como lecturas inspiradoras en sus inicios señala a Edgar Allan Poe, Mario Lebrero, Angélica Gorodischer, Jorge Luis Borges, José Arreola y Amparo Dávila, entre otros. Le interesa el cuento en particular, aunque también lee y escribe otros géneros.
A la hora de escribir suele obsesionarse con ciertos temas y dedicarles tiempo de investigación y reflexión. Su mirada va al encuentro de lo insólito y lo inesperado, por ello Mariana Enríquez lo ha llamado “un maestro de lo inquietante”. Se fija en esos ángulos menos frecuentados, muchas veces con cámara en mano para captar el ángulo justo para observar las cosas. Y hacia adentro enfoca en los temores de la infancia, que usa como inspiración y como combustible de la escritura.
El libro “Las máquinas enfermas”, que tan oportunamente ha publicado Páginas de Espuma, habla de las máquinas inteligentes entre comillas, y has dicho que estas “ayudan a desatar nuestros propios demonios”. ¿Cómo sucede esto?
A lo largo de la historia humana, nuestras creaciones han sido no solamente herramientas para cambiar nuestra vida, influyendo en nuestra existencia material, sino que también han sido formas en las cuales los seres humanos hemos proyectado nuestra propia conciencia, nuestras obsesiones, fuera de nosotros, de muchas formas distintas.
Algunas de ellas muy positivas, como la idea de la escritura o del libro, como un depósito de nuestra mente, memoria de nuestra especie, más allá de nuestro cuerpo, o tan negativas e inquietantes como la idea de las armas, de todo tipo de extensión de nuestras capacidades de agresión. Siempre ha habido una dimensión metafórica, espiritual, de nuestras creaciones. Siempre les hemos puesto algo de nosotros. Y ahora tendemos a humanizar estas herramientas digitales, a convertirlas en algo más de lo que son.
Hay cierta veneración o cierta fe alrededor de la llamada inteligencia artificial, se habla de esta como si fuera una sola, una especie de deidad que está ahí flotando en el aire y que nos va a conceder una revelación, como si fuera una entidad ajena o separada de nosotros, que por supuesto no lo es.
¿Está detrás de esto la presencia del mito de que el hombre como tal es imperfecto, pero las máquinas, al no ser humanas, son perfectas? ¿Qué es lo que piensas al respecto?
Yo creo que tendemos a otorgarle más humanidad, más capacidad a esos objetos, a esas creaciones humanas. Siempre estamos buscando proyectar nuestra conciencia en cosas tan simples como ver una cara en unas marcas sobre una pared o en un enchufe eléctrico, o llegando hasta el punto de que endiosamos o convertimos en un ídolo, en una deidad, a un objeto inanimado, que también lo hemos hecho millones de veces a lo largo de la historia. En esta época, por ejemplo, pues justamente estas herramientas de software, estos modelos de lenguaje de gran escala, que es el término técnico, se convierte en algo más porque suficiente gente decide y quiere creer en ello, quiere pensar que ha llegado una especie de asistente que va a resolver nuestros problemas y que va a hacer todo por nosotros.
En el cuento que dedicas a Poe ilustras las limitaciones de un software que intenta reproducir una conciencia humana.
Justamente ese cuento, que utiliza el modelo de Poe, admiradísimo por mí de siempre, reúne la experiencia de muchas otras personas con modelos de inteligencia generativa, en los que después de cierto tiempo la conversación, o el simulacro de conversación, se va degradando, volviéndose extraña, incoherente. Son limitaciones de la tecnología. Y sin embargo, incluso cuando el modelo generativo empieza a fallar la gente sigue tratando de interactuar, proyectando la propia personalidad en el modelo, convencidos de que les devuelve algo con sentido, aunque sea evidente lo contrario.
¿Es como buscar un espejo, pero el espejo devuelve una imagen distorsionada?
Exactamente. Los seres humanos somos muy aficionados a cualquier tipo de espejo, que nos devuelva lo que sentimos que otros seres humanos no nos pueden o no nos quieren dar. Si podemos tener el consuelo, el sustituto de una máquina, lo abrazamos inmediatamente, porque de alguna manera es más fácil.
Uno de los cuentos aborda la pregunta de hasta qué punto estas “inteligencias” pretenden reemplazar el contacto humano.
Yo creo que esa todavía es una pregunta por responderse. Los dueños de esta tecnología, esa oligarquía tecnológica que está en ascenso, apuntan a que sus productos suplan el contacto humano. Por ejemplo, hace no tanto el dueño de Meta, es decir, de Facebook, de Instagram, de WhatsApp, Mark Zuckerberg, dijo en una entrevista que a él le parecía que las inteligencias artificiales podrían suplir y satisfacer la demanda de amistades que existe entre los seres humanos y que actualmente se encuentra insatisfecha. Expresándolo en términos mercantiles, como si la comunicación y el contacto humano fueran exactos.
De esta manera supuestamente desaparecerían los miedos e inseguridades que provoca la interacción social. Al interactuar con una máquina se puede apretar un botón y se termina todo, ¿no?
Creo que esta comodidad, esa búsqueda de comodidad, puede ser la base para algo como eso. Con el precedente que ha sentado la pandemia.
Porque sí hay una ansiedad mayor, cierta evitación mayor del contacto. Como especie nos hemos vuelto más torpes, más temerosos del contacto humano. Y es en ese temor, en ese hueco que se abre, donde pueden entrar los modelos generativos, para ofrecer un simulacro, una especie de placebo de contacto.
¿Eso no lo están acrecentando las redes sociales, que en vez de ayudar a socializar, ayudan a construir este miedo a la espontaneidad y a decir la opinión propia con toda esa cultura de la cancelación?
Exactamente eso es parte también del problema que se está viviendo en muchos lugares porque a la hora de que las redes favorecen cierto tipo de conductas, en ocasiones agresivas, interacciones violentas, ásperas, porque son las que más recompensa el algoritmo que controla lo que vemos, se vuelve más difícil comunicarnos de otra manera. Y en lugar de que se sienta como una conducta anómala, el comunicarse de ese modo se vuelve la norma y eso influye las relaciones humanas fuera de la pantalla, se vuelven más ríspidas.
Es un fenómeno que tiene incluso más tiempo que estas tecnologías de la inteligencia artificial. Los odiadores profesionales tienen su antecedente en los blogs que se usaban a comienzos de este siglo, donde empezaban a surgir trolls, haters de todo tipo, luego se pasaron a las redes sociales, donde la recompensa por llamar la atención de manera agresiva es aún mayor. Y no hay castigo.
Hay mucha documentación detrás de todos estos relatos, ¿verdad?
Pues sí, sobre todo en los últimos años. Recuerdo que alguien me dijo, ¿ya viste este nuevo programa que se llama Chat GPT? Ahora escribe por su cuenta y ya no vas a tener que escribir.
Y así me enteré de la existencia de estos modelos generativos y desde ahí empecé a leer sobre ellos. Entendí que se trata de una tecnología muy sorprendente, con muchas aplicaciones, pero que no es totalmente inteligente. Hemos visto que, por ejemplo, coches que se conducen solos o asistentes robóticos humanoides, en realidad están monitoreados, están pilotados en muchas ocasiones, porque la tecnología no ha llegado todavía a alcanzar las promesas de sus fabricantes. Y entonces mucho de lo que nos están tratando de vender en este momento todavía no lo pueden hacer. La panacea sigue siendo algo que está más lejos de lo que los dueños del mundo quisieran que creamos.
¿Hay una suerte de ecuación que dice que a mayor tecnología menos dueños del mundo y cada vez más ricos?
Esta tecnología está concentrada pues literalmente en un puñado de personas, empresarios riquísimos, oligarcas, como de una nueva clase dominante, concentrado sobre todo en esta región de California, Silicon Valley. Dueños de empresas tecnológicas riquísimas con contratos millonarios, con alcances enormes por todo el mundo. Y en ese círculo cunden fantasías o ideales que son por lo menos inquietantes. Utilizar la tecnología para vivir eternamente. Que es algo que literalmente se ha dicho. O la idea de utilizar su fortuna inmensa, no para resolver los problemas del mundo, que ellos mismos ayudan a crear, sino para construirse refugios o formas de escapar de una posible catástrofe global.
Hay una inclinación medio sociopática en esas ficciones que se inventan estas personas, que quieren dar la espalda al resto de la humanidad, dejarla atrás, pasar a otra cosa. Como lo quisieron hacer, por ejemplo, los protagonistas de un famoso cuento de Edgar Allan Poe “La Máscara de la Muerte Roja”, que se encerraban en un palacio mientras a su alrededor cundía la peste, y bueno, hay que leerlo para saber lo que les pasó a estos seres tan arrogantes que pretendieron usar toda su riqueza y poder para trascender las debilidades humanas.
¿Cómo ha sido el proceso de producción de estos cuentos y en general cómo es tu proceso creativo?
Para los cuentos el proceso parte de una idea, una imagen, a veces incluso unas pocas palabras que pueden estar en algún lugar del texto y es una inspiración en el sentido tradicional del término. No es que piense yo que de pronto va a llegar un hada a recitarme el texto completo, sino más bien empiezo a escribir, por decirlo así, a tantear cómo podría desarrollarse esa primera intuición, ese primer impulso. Luego imagino en líneas generales una conclusión de a dónde quiero llegar.
Hay un rebote muy curioso entre la acción de escribir y el pensamiento sobre la escritura. El primer borrador está incompleto, necesita crecer, entonces me aparto del texto, lo guardo, o lo imprimo y hago mis garabatos y agrego cosas. Ciertas escenas que puedo hacer más claras, más amplias, borro, corrijo. Hay un segundo paso de una transformación más complicada, redacto todo lo que fui anotando, hago una nueva versión de un archivo digital, que será luego objeto de una nueva revisión. En este caso, la realicé con el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, que es muy acucioso y muy atento para los detalles.
Yo trato de escribir, aunque sea mínimamente, unas pocas palabras, todos los días. Pueden ser lo que sea: un trozo de un cuento, un artículo, nada más que para mantener la disciplina, y luego, cuando estoy metido en un proyecto, me mantengo documentado mientras escribo. Y prefiero tener silencio alrededor, o con algún tipo de fondo que yo haya puesto, a veces música, a veces me da por poner películas que ya vi, como banda sonora.
He aprendido mucho del cine. Efectos, impresiones que puede dar el cine, que a mí me interesa pasar a la hoja. Admiro mucho a cineastas como Stanley Kubrick, por ejemplo, que eran capaces de decir muchísimo, a veces no con una acción o con las palabras de sus personajes, sino, por ejemplo, con un corte o un desplazamiento de cámara. Imposible trasladarlo directamente al papel, pero da a pensar en trucos que uno puede inventar.
¿Cuál crees que debería ser la apuesta de la literatura en este momento?
Creo que la apuesta de la literatura debe ser por aquellos rasgos de la escritura que no están siendo buscados por los promotores de esta tecnología. Es decir, la lentitud, la concentración, los detalles, la originalidad y la recuperación de lo que puede hacer el lenguaje de una manera muy profunda cuando entra en contacto con nuestra conciencia.
Usualmente las inteligencias generativas lo que ofrecen es texto muy rápido, texto muy eficiente, texto funcionalmente legible, que no perturba ni afecta mayormente nuestra conciencia, que comunica del modo mínimamente necesario, y eso es todo. La literatura y la escritura pueden ser mucho más que eso.
¿Qué es lo próximo que vamos a estar leyendo de Alberto Chimal?
Estoy escribiendo una novela, también un poco dentro de este mundo de lo digital, con un enfoque distinto. Todavía no sé decir exactamente para dónde va. Con la novela es mucho más azaroso el proceso. Estoy todavía imaginando el mundo. También espero escribir más cuentos, pero de momento trabajo en la novela.
Romina Tumini



