He terminado estos días la lectura de Esclavos de nuestros silencios, última obra de María J. Mena, distinguida por la Asociación de Librerías de Madrid con el premio Libro del Año 2024, en su categoría de poesía. Está publicada por Impronta en una impecable edición que invita a tener y mantener el ejemplar entre las manos.
Había dejado esta escritora una estela muy marcada con sus anteriores libros, Poemas ciegos (Olé, 2019) y Poemas sordos (Valparaíso, 2022), pero en esta ocasión da un golpe de timón para alejarse de las certezas a las que nos tenía acostumbrados y ofrecernos un gran interrogante. Es lema viejo decir que somos esclavos de nuestras palabras, pero… ¿y si en realidad los que nos esclavizan, o han esclavizado, son nuestros silencios? ¿Y si una parte de nuestra vida se ha visto condicionada por lo que no hemos tenido la valentía de expresar, de hacer explícito, de manifestar en la familia, en el trabajo o en el amor? O de no haberlo hecho a tiempo. ¿O es que siempre se está a tiempo?
Esto es lo que nos plantea Mena en un volumen que no agrupa un conjunto de poemas al uso, sino que se construye sobre un largo texto estructurado en versos libres, lejos de las pautas convencionales de la prosodia, y que solo puede salir (o salir bien) de la pluma de quien ha manejado con destreza el metro canónico. Sirva como ejemplo el soneto «Narración oral. A mi abuela Juana» (Poemas ciegos).
La historia se apoya en un encuentro fortuito entre una mujer y un hombre, otrora enamorados, que vuelven a coincidir tras años de ausencia (ay, las ausencias, tan presentes en la obra de Mena). Con ese hilo conductor la poeta madrileña teje un relato poetizado, o un poema narrativo, que recrea los antiguos tópicos literarios del tempus fugit y el ubi sunt, y actualiza la máxima horaciana De te fabula narratur, en cuanto que resultará difícil que el lector no escuche en estas páginas ecos de su propia existencia.
Todo el episodio se vertebra en un doble discurso que se corresponde con los pensamientos no expresos («Pienso, luego callo», leemos en Esclavos de nuestros silencios) de cada uno de los antiguos (¿y futuros?) amantes, temerosos de que cualquier verbalización se pueda llegar a transformar en una fórmula que deshaga el encantamiento de esa noche.
Y estos dos planos, no enfrentados sino contiguos, se balancean en un desequilibrio natural, que no es otro que el que encontramos en cualquier relación entre dos personas. Este elemento, a mi juicio capital, funciona como una espoleta que hará estallar la historia contenida en un texto verosímil, impregnado de hiperrealidad, aunque no exento de simbolismo. Un título, en suma, que confirma la insobornable plenitud poética de María J. Mena.
Cristian Velasco
Esclavos de nuestros silencios
María J. Mena
Impronta, 62 pp., 15 €



