Se ha rescatado para los lectores españoles Aprendices de brujo la primera novela del autor cubanoamericano Antonio Orlando Rodríguez, que había sido publicada en Estados Unidos y en Colombia, pero no en España (ahora en Huso). Rodríguez ganó del Premio de Novela Alfaguara en 2008 con su obra Chiquita y en el 2022 recibió el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil por el conjunto de su obra. Reside en Miami desde hace 25 años y ha publicado numerosos libros, tanto para niños como para adultos, con editoriales de Cuba, Estados Unidos, España, Colombia, México, Portugal, Rusia, Hungría y otros países. Anteriormente Huso Editorial dio a conocer su colección de relatos Salchichas vienesas y otras ficciones y la obra de teatro El León y la Domadora.
¿Cómo surgió la idea de escribir la novela Aprendices de brujo?
A fines de los años 1990, cuando vivía en Bogotá, compré en una venta de saldos, por un precio ridículo, una extensa biografía de Eleonora Duse, la legendaria actriz italiana, de la que, por entonces, no sabía mucho. Comencé a hojear el libro mientras iba en un bus rumbo a mi casa, cuando descubrí, para mi sorpresa, que en enero de 1924, unas semanas antes de morir, la Duse había actuado en La Habana. Y de inmediato me vino a la mente una pregunta: ¿qué habría pasado si dos jóvenes de la alta sociedad bogotana hubieran viajado a Cuba para ver en escena a la legendaria actriz? Veinte minutos después, cuando llegué a mi parada y me bajé del bus, ya la novela estaba en mi cabeza. Lo único que tuve que hacer fue investigar, escribirla y pulirla durante los siguientes dos años.
Aprendices de brujo retrata una época —mediados de los años 1920– en dos ciudades muy diferentes entre sí: Bogotá y La Habana. ¿Requirió mucho trabajo de investigación?
Un largo y delicioso proceso de investigación, porque tuve que estudiar, por una parte, la situación de esas dos capitales en ese momento histórico y, además, leer todo lo que cayó en mis manos sobre la vida de Eleonora Duse y sobre su incidencia en el teatro de su tiempo. Por suerte tuve acceso a muchos libros y publicaciones periódicas en la biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá, y en la Colección Herencia Cubana de la biblioteca de la Universidad de Miami. Además, mi pareja, el escritor Sergio Andricaín, dedicó buena parte de un viaje a La Habana a fotocopiar en la Biblioteca Nacional de Cuba todo lo relacionado con esa visita de la Duse al Caribe en viejos periódicos y revistas que aún no se habían comido las polillas.
Fue necesario estudiar la sociedad y los escenarios para recrear la relación tan diferente que tuvieron La Habana y Bogotá con su entrada a la modernidad. En los años 1920 la capital cubana era —pese y también gracias a su dependencia de Estados Unidos— una ciudad cosmopolita y con mucho turismo, urbanizada, con una educación pública en expansión, con movimientos sociales fuertes y tendencias culturales de vanguardia, donde aparecían nuevos códigos morales y sociales. En cambio, la modernidad llegó con retraso a Bogotá, una ciudad sin puertos, grisácea, acorralada por las montañas y los páramos, sin suficientes alcantarillas ni vías pavimentadas, con una moral pública muy conservadora, religiosa y patriarcal. Todo este trabajo de documentación lo disfruté mucho, aunque a veces tuve que dedicar varios días a encontrar un dato que, a la larga, no apareció en la novela.
El libro tiene dos narradores principales: Eleonora Duse y Lucho Belalcázar, un joven de la alta sociedad bogotana. ¿Cómo lograste definir y hacer verosímiles dos voces narrativas tan contrastantes, una real y otra ficticia?
Darle voz a un personaje como Eleonora Duse fue un gran reto, porque en la novela ella no solo hace un repaso de su vida, sino que reflexiona sobre el teatro, el amor, la guerra y otros muchos temas. Escribir monólogos, que muchas veces parten de algunas frases o ideas de su correspondencia, fue una suerte de ejercicio de mediumnidad o psicografía. En cuanto a la voz de Lucho Belalcázar el reto, si es posible, fue mucho mayor, pues se trataba de tratar de hablar y de escribir con el vocabulario, las referencias y la mentalidad de un dandy bogotano de los años 1920. Me quité un gran peso de encima cuando después de leer la novela, Consuelo Luzardo, una gran actriz de estirpe bogotana a quien admiro mucho, le dio su aprobación a ese aspecto del libro. El contraste entre los dos narradores lo impuso la naturaleza de los personajes: uno es una mujer de vuelta de todo, enferma, que se ve obligada a volver a los escenarios cuando pierde sus ahorros en una caída de la bolsa, y observa el mundo con tristeza e ironía; el otro, un joven, apuesto e impertinente, un rico heredero dedicado al arte de no hacer nada que vive su sexualidad a contracorriente de la moralidad de la época.
La novela incluye anécdotas que parecen tocadas por el delirio, como el hecho de que los asesinos del presidente colombiano Uribe Uribe fueron autorizados a salir de la cárcel para participar en una película que reconstruía su crimen. ¿Cuánto hay de verdad histórica y cuánto de fabulación en Aprendices de brujo?
En ese caso específico, aunque parezca absurdo, fue algo real. Los asesinos se interpretaron a sí mismos en una película perdida que filmaron los hermanos Di Doménico en 1915. En una escena incluida en el primer capítulo la novela, el espíritu de Uribe Uribe cuenta que asistió, indignado, al estreno. El libro tiene un riguroso trasfondo histórico e incluye personajes y sucesos de la vida real, pero obviamente, no se puede pretender que una historia donde hay transmigraciones de almas sea realista.
Esta novela se publicó por primera vez hace más de 20 años. ¿Cómo fue reencontrarte con ella después de tanto tiempo y tener la oportunidad de revisar el texto?
La novela fue publicada originalmente por Alfaguara para Colombia y los países del Pacto Andino y posteriormente Harper Collins la dio a conocer en español y en inglés en Estados Unidos. Yo estaba convencido de que su recorrido había concluido, casi me había olvidado de ella, y, repentinamente, a principios de este año “resucita” gracias a dos editoriales independientes, una en Madrid y otra en Miami, cuyo trabajo admiro mucho: Huso Editorial y Ediciones Furtivas. Eso me permitió revisarla como si la hubiera escrito otra persona, hacerle pequeños cortes y pulir el lenguaje. Para mi sorpresa, me divertí mucho releyéndola después de tantos años y recordé cuánto disfruté mientras la escribía, a diferencia de otros libros cuya escritura ha sido mayormente una tortura. Si en aquel momento el libro me pareció “políticamente incorrecto”, sospecho que ahora, que la gente tiene cada vez el pellejo más fino, tal vez lo sea aún más.
La autora Daína Chaviano ha comentado que esta novela es “una deliciosa mezcla de comedia, historia, fantasía y thriller”. ¿Por qué esa mezcla de registros y de géneros?
Quizás porque detesto la literatura solemne. En este caso, me pareció divertido entremezclar verdad histórica y libre fabulación, drama y comedia, reflexión y costumbrismo, escenas eróticas con crímenes y protestas sociales, un fastuoso baile de Las Mil y Una Noches con un homenaje obrero a Lenin por su fallecimiento. El humor y el absurdo, aunque no me lo haya propuesto, se han metido siempre en mis libros. Me encanta la irreverencia, por eso en esta novela Julio Antonio Mella, el líder universitario y fundador del Partido Comunista de Cuba, aparece como un objeto del deseo gay. Nada como reírse de los símbolos ideológicos y patrióticos y desacralizarlos.
A diferencia de otros escritores cubanos, que han retratado en su narrativa La Habana contemporánea, en esta novela preferiste recrear una etapa de esplendor de la ciudad. ¿Por qué ese interés en el pasado manifiesto tanto en esta novela como en Chiquita?
Conocer el pasado es indispensable para intentar descifrar o tratar de entender el presente. Nunca me ha interesado retratar la decadencia y la degradación de La Habana, así que en Aprendices de brujo me propuse acercarme a esa ciudad en un tiempo en que, si damos crédito a los recuerdos de la poetisa Dulce María Loynaz, era “una pequeña Viena, un pequeño París”.
Lourdes Calafell