La adolescencia es un territorio minado de contradicciones, de anhelos mal formulados, de silencios que pesan más que las palabras. En Cuando el río vuelva, publicada por Carpe Noctem, Alberto Gómez Vaquero logra algo poco común en la narrativa actual: contar ese tránsito vital desde la contención, la sensibilidad y una mirada honesta que no necesita alardes para conmover. Es, sin duda, una de las novelas más delicadas y necesarias de esta temporada.
Ambientada en un pueblo español de los años noventa —una España aún marcada por el eco del pasado y por una modernidad que avanza lentamente—, la historia sigue a un adolescente lector, introspectivo y silencioso, que observa el mundo con más preguntas que respuestas. En esa quietud se enmarca su conflicto: cómo pertenecer sin traicionarse, cómo huir sin romper del todo con aquello que lo ha formado. El peso de la familia, la educación sentimental, la identidad sexual, la vocación literaria y el deseo de escapar del lugar que lo encierra —y lo define— son los grandes ejes que atraviesan la novela.
Pero Cuando el río vuelva no es solo una novela de formación. Es también, y sobre todo, un ejercicio de memoria íntima. Vaquero no idealiza el pasado ni lo convierte en trinchera: lo recupera con una lucidez serena. En cada escena hay una tensión entre lo que fue y lo que no se dijo; entre lo que se vivió y lo que se deseaba vivir. Y es ahí donde la novela adquiere un valor emocional que va más allá de lo generacional.
Porque si algo hace especial esta obra es su capacidad para tender puentes. Cuando el río vuelva abre un diálogo silencioso pero profundo entre quienes fueron adolescentes en los 80 y 90 —y ahora son madres y padres— y sus hijos adolescentes de hoy. En esa lectura cruzada, el libro no solo muestra cómo era crecer hace treinta años, sino que revela lo que permanece igual: la necesidad de ser mirado, comprendido, aceptado. Ese espejo generacional no tiene moraleja, pero sí una invitación clara: escuchar, recordar y, en algún momento, perdonar.
La prosa de Gómez Vaquero está marcada por la contención. No hay dramatismo innecesario ni sentimentalismo forzado. Su estilo apuesta por la precisión, por el detalle que ilumina sin subrayar, por el silencio que dice más que muchas palabras. Es una literatura que confía en la inteligencia emocional del lector, que deja espacio para que el texto respire y resuene.
En definitiva, Cuando el río vuelva no es solo una novela sobre crecer. Es una historia sobre recordar, sobre comprenderse… y, quizás, sobre perdonarse. Una lectura que invita a detenerse, a mirar hacia dentro y a tender un hilo entre generaciones. Y en tiempos de urgencia, de ruido y de olvido, ese gesto —íntimo, literario, generoso— es, sin duda, una forma de resistencia.
Kike Gómez
Cuando el río vuelva
Alberto Gómez Vaquero
Carpe Noctem