Ioana Gruia es Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Granada, con muy importantes investigaciones teóricas publicadas. Entre ellas quiero resaltar aquí La cicatriz en la literatura europea contemporánea (Renacimiento, 2015) o un magnífico libro de ensayo titulado: Eliot y la escritura del tiempo en la poesía española contemporánea (Visor, 2009).
Mucho tiene que ver con la escritura del tiempo, precisamente, su libro El sol en la fruta (Renacimiento, 2011, premio Andalucía Joven de Poesía) que abre la selección de esta Antología, seguido de Carrusel (Visor, 2016, premio Emilio Alarcos) y de La luz que enciende el cuerpo (Visor, 2021, premio Hermanos Argensola, elegido por los críticos de El Cultural como uno de los mejores diez libros de poemas en español de 2021). La Antología que la autora ha preparado para la Colección Averso Poesía recoge poemas de estos tres libros.
Ioana Gruia escribe desde el cuerpo para llegar al cuerpo del poema, escribe desde la extrañeza, desde la extraña que lleva dentro, la que intenta poner luz en la vida y la escritura, los dos territorios donde encontramos la poesía y la poesía nos encuentra.
El primer poema del libro es un precioso poema dedicado a su hija Kezia, nombre con resonancias literarias (Katherine Mansfield). El último verso de este poema da título a la Antología. Quisiera la autora allanar en lo posible para su hija el camino de la vida, transmitirle la manera de disfrutar la belleza de las cosas que nos rodean y envuelven, de las buenas sensaciones, los sueños, la luz esplendorosa, pero sin olvidarse de esa otra luz interior, esa luz blanca que se abre camino entre las sombras: esa secreta lámpara nocturna que tanto necesitamos en el camino de nuestra vida.
El sol en la fruta es un libro lleno de luz, pero a veces entre la luz inevitablemente surgen agridulces sombras, como ocurre en el hermoso poema titulado “El don maldito”, donde anida “el insidioso don de la melancolía”.
Uno de los poemas más brillantes de este libro es precisamente el que le dio título. Entre sus versos se produce el milagro, la explosión, el sol cayendo sobre la fruta, iluminándola, dándole color y calor ante nuestra alegre mirada, pero atrapando también la sensación de fugacidad del momento mágico, esa emoción inexpresable.
La infancia dura más que la vida, escribió Ana María Matute. Creo que Ioana Gruia estará absolutamente de acuerdo. Los poemas de Carrusel, segundo libro recogido en la Antología, no dejan de ser una meditación sobre la infancia que inevitablemente llevamos incorporada a nuestra vida adulta, o mejor, una conversación con ella. Por eso Ioana, con una imagen muy plástica la contempla ahora desde el otro lado de la calle, ese que ya no podrá cruzar hacia la niña que fue, que la mira desde la otra acera, que tampoco puede ir hacia ella. Pero Ioana sabe que aún desde esta desolación ante lo imposible, llevaremos siempre nuestra infancia dentro. Nos constituye y hasta nos salva. El poema “Alguien al otro lado” comienza así: “Una niña muy seria,/ en la antigua avenida de mi infancia,/ me visita en los sueños./¿Qué has hecho de mi vida?, me pregunta”.
Carrusel medita también sobre la complejidad de lo femenino, la maternidad, el amor como salvación y como fractura, el exotismo, la crueldad del mundo contemporáneo y los múltiples otros que habitan en nuestra subjetividad.
Finalmente, en los poemas de La luz que enciende el cuerpo aparece la luz de la poesía de Ioana Gruia en todo su esplendor, la más poderosa, la más viva, la que mueve el mundo, la fuerza de eros: “No hay nada tan rotundo como un cuerpo”, así comienza el poema “Una mujer al sol”. Esa mujer que anhela un amor total pero que “le respete el pensamiento, que le permita analizar las sombras”. Que le permita ser ella misma.
El juego y el fuego literario y vital se mezclan en estos poemas de amor, deseo, que surgen desde el eros que nos habita, que nos envuelve, una sabiduría del cuerpo que lleva a una vitalidad inteligente, sutil, plena de fuego, de sentido.
“Hay una luz que sólo enciende el cuerpo”, nos dice el poema “Salvavidas”, que deja “trozos de resplandor en la tiniebla”: inteligencia y luz interior es la que anhelan estos versos sabiendo que el fuego del cuerpo lleva al del espíritu, la fuerza viva que cruza la frontera.
No olvida Ioana Gruia tampoco en este libro algunas de sus “debilidades” o amores literarios y artísticos. Señalaré el magnífico poema dedicado a Virginia Woolf Invocación para llegar al faro. A Virginia Woolf o el dedicado al recuerdo de las mujeres de Hopper: el breve y precioso poema titulado “Interior de verano”, que transcribo:
INTERIOR DE VERANO
Yo siempre quise ser
una mujer de Hopper,
mirándose desnuda, ensimismada,
una plácida tarde de verano
y sabiendo que estás o que estarías
fuera del cuadro para acariciarme.
Ángeles Mora