«Quizá el amor siga siendo posible», dice el protagonista del primero de los cuentos que conforman este volumen. Y, de alguna forma, los personajes de todas las historias acaban más o menos haciéndose la misma pregunta antes, durante o después de sus respectivos periplos amorosos. Colden reúne en La cinta verde un conjunto de siete relatos que comparten entre sí uno de los grandes temas de la literatura de todos los tiempos, el amor o, más bien, el desamor.
¿Qué se puede decir del amor que no se haya dicho ya?, podría preguntarse el curioso lector. ¿Es este un libro de historias cursis sobre parejas que se aman incondicionalmente a lo Romeo y Julieta? Pues la verdad es que no. Más bien me atrevería a decir lo contrario. En los cuentos de este volumen aparecen parejas rotas, amores imposibles, seductores enamoradizos que coleccionan exnovias, divas suburbanas incapaces de enamorarse… Todos buscan el amor, pero, por diversas razones, lo pierden o nunca lo encuentran.
Uno de los atractivos del libro, más allá de la temática, es la curiosa mezcla de voces narrativas, que varían significativamente de un relato a otro. Así, pasamos del clásico narrador omnisciente que escribe con tono melancólico (como, por ejemplo, en el cuento titulado «Queda el río»), a relatos escritos con voces más atrevidas, como el texto titulado «Camanances», compuesto en su totalidad en forma de audio de whatsapp, en el que una mujer le habla a su amiga en una jerga grosera y vulgar. En este sentido, los protagonistas de los cuentos son también muy distintos. Algunos te caen bien, como Manu, el chico tullido de «Azul Lorena». Otros son personajes con conductas desagradables y reprochables, como el seductor del relato «Lo inexplicable» o la princesita chabacana de «Camanances». Pese a la tendencia que a menudo manifiestan algunos lectores respecto a la necesidad de “empatizar” con los personajes, a mí me gusta encontrarme de vez en cuando con individuos insoportables. Eso sí, a poder ser, solo en la ficción.
Destaca también en este libro la habilidad del autor para la descripción de los espacios naturales. Deduzco que no se trata de algo forzado, sino derivado de su pasión por el senderismo y la montaña. En este sentido, la ambientación del relato titulado «Húsavík» es espléndida y me ha recordado a esa blancura infinita y a esa naturaleza extrema que yo misma experimenté cuando viajé a Islandia, país en el que tiene lugar la historia de este cuento.
No sabemos si los personajes de Colden acabarán encontrando el amor una vez traspasado el punto final de la ficción. Tampoco sabemos si volverán a perderlo. Pero agarrémonos con fuerza a esa frase, «quizá el amor siga siendo posible». ¿Será posible?
Mayte Blasco