No sin retorcer la realidad, dijo José Manuel Caballero Bonald, puede el poeta resolver todos sus enigmas. Dicho de otro modo: solo reinaugurando nuestros lugares de la memoria más contaminados para redefinir la lealtad; solo sugiriendo matices improbables a los hitos de los que suele servirse el abismo antes de absolvernos; solo reproduciendo con voces perfectas y vigorizadas los diálogos con los que Dios, por ejemplo, procura abolir nuestra infancia antes de encadenarnos al libre albedrío, podremos alcanzar la verdad. Y esta, más allá de ser una herramienta desgastada por la terrible inflación de la retórica y sus discursos menos inocentes, constituye un eje aspiracional inevitable, un espacio en el que nada, salvo el volumen de la palabra, debe percutir en la gravedad del poeta.
Novela, del poeta madrileño Javier Mateo Hidalgo, publicado por La Tortuga Búlgara, es, sin duda, una reivindicación de la verdad. De la verdad calmada y a veces tibia; de la verdad equilibrada por las muchas implicaciones que renacen en los márgenes de la luz y sirven para desajustar las condenas no extintas; de la verdad que no pretende agravar los hechos, sino desclasificar su importancia.
Todo poeta debe asumir que su verdad ya no milita en esa visión fundacional con la que, en demasiadas ocasiones, se ha pretendido anudar el desciframiento del yo a la renovación de un sujeto colectivo incapaz de destejer sus propias abreviaturas. Su desnudez, casi siempre fragmentaria, debe buscar ese espacio común en el que todos podamos compartir las mutaciones del dolor. «No me sirves, no me sirves, ya no me sirves», escribía Sylvia Plath en su famoso poema Daddy, refiriéndose a su padre plenipotenciario y apuntando con su verbo a las estructuras patriarcales que tanto daño infligieron en el período de entreguerras. O, como dice uno de los poemas finales de Novela:
La inquietud se multiplica
y no se alcanza a tanto camino abierto.
Todo parece disponible
y, a la vez, todo parece incierto.
Incidir, a través del poema, en esa procesión imperfecta y valiosa de miniaturas con las que cabe aún reconstruir el pasado supone, siempre, un ejercicio de solidaridad con el lector. Pero el esfuerzo del poeta, que lejos de entenderse como una reformulación identitaria, sometida a los códigos más oclusivos de la imagen y la recreación, ha ser transparente y límpido, debe fluir con esa revulsión cristalina de quien ha decidido contarlo todo.
El regreso vital de Javier Mateo Hidalgo al Inicio, a ese punto infinito en el que «Lo que se mira está afuera y, para verlo, no existen ventanas posibles», y su proceloso recorrido posterior por las cavidades del tiempo y por esa marisma de asfalto y raíz en la que solo el arte puede desdibujar la rectitud de las líneas impecables, constituye un ejercicio absoluto de valentía y lucidez, de implicación no solo con su propia identidad, sino con aquellas otras que buscan despertar en los pliegues de cualquier espejo inobservable.
En la apacible hondura del verso, que emerge libre y sin estridencias, Javier Mateo Hidalgo explora conceptos como el descubrimiento, la soledad y la duda; y despliega, especialmente en el tramo final del poemario, su amplísima capacidad para cuestionar lo concreto y reformular las muchas y crueles abstracciones que solidifican el deseo. No se trata, pues, de un poemario autobiográfico al uso, sino de un manual que protegerá al lector en su cansado «caminar hacia ese horizonte que jamás se alcanza».
José Luis Díaz Caballero
Novela
Javier Mateo Hidalgo
La Tortuga Búlgara