Uno rara vez sabe cuándo empieza a escribir una novela, puesto que escribir una historia es mucho más que teclearla. Para mí, empezar una novela supone apuntar una primera idea en un cuaderno o, en los tiempos que corren, en una nota del móvil. No todas las ideas acaban siendo historias: las ideas se tienen, las historias se construyen, pero si la he apuntado suele ser porque siento que es el germen de algo más grande que necesito contar. Si fuera una persona mucho más ordenada cada idea vendría acompañada de la fecha en la que se me ocurrió, pero ¿a quién quiero engañar? Eso pocas veces pasa, y ya que estamos aquí por mi nueva novela, confieso que la memoria no es uno de mis puntos fuertes.
Lo curioso es que, en este caso, tengo una nota en uno de mis cuadernos de ideas en donde sí marqué la idea con una fecha: 3 de marzo de 2018: «Ella es incapaz de olvidar y por eso no quiere enamorarse». Aquel mismo año descubrí por casualidad la biografía de Jill Price, una mujer estadounidense que sufre hipertimesia y es incapaz de olvidar recuerdos. Me compré su biografía en Amazon, me vi todas las entrevistas que le habían hecho en Estados Unidos y me obsesioné con su condición. ¿Cómo sería vivir así? Ella describía su cerebro como si estuviera divido en dos partes: una registraba el presente, la otra estaba reproduciendo constantemente imágenes del pasado. Contaba que cuando se cruzaba con alguien (un familiar, un amigo, quien fuera) su cabeza le traía de golpe todos los recuerdos que hubieran compartido en el pasado: las veces que se habían reído, que lo habían pasado bien, pero también las veces que se habían enfadado, que había detestado a esa persona, que la había odiado… Daba igual si aquello era ya agua pasada y todo estaba perdonado, esa mitad de su cerebro le reproducía aquel recuerdo oscuro con una viveza incapaz de ser ignorada. El súmmum de su dolor tomó forma cuando se enamoró de un hombre que, al cabo de unos años, murió y Jill quedó atrapada en ese dolor tan presente que su memoria le impedía mitigar con el tiempo.
Fue ahí cuando aparecieron Ada y René, aunque sus vidas y su historia cambiaran mucho con los años. Por entonces me imaginé a Ada: una joven que nunca se ha enamorado porque desarrolla hipertimesia. Al ser incapaz de olvidar, vive una vida alejada de cualquier tipo de dolor: no ve películas que acaban mal, ni lee libros tristes, ni se ha enamorado jamás porque sabe que las relaciones no duran para siempre y no quiere sufrir. Su vida se cruza entonces con la de René, un chico que se gana un sobresueldo probando medicamentos, y que le ofrece unas pastillas experimentales que la harán olvidar, llegado el momento… y es entonces cuando Ada se arriesga a conocerle más y, por fin, a enamorarse. Empecé esa historia, pero a los pocos capítulos la abandoné: no era lo que quería escribir. Como tantas otras veces, guardé en el cajón esas páginas y la dejé reposar. Sabía que llegaría el día en el que por fin podría escribirla
El tiempo pasó, publiqué muchas otras historias en formato físico, descubrí el fascinante mundo de las ficciones sonoras y me adentré en el guion de películas y series tras hacer un curso en la ECAM y un máster de producción audiovisual en la ESCAC de Barcelona. Y así, después de mudanzas y pandemias mundiales, llegó noviembre de 2023 y el email en el que le escribí a Fernando Paz, Director del área de narrativa, y le hablé de René y de Ada. Lo curioso es que la historia que le conté fue la misma que he narrado antes, la que tuve en 2018. Sin embargo, en el tiempo que tardó en responderme que le interesaba contar conmigo en Contraluz, yo lo vi claro: la historia no iría sobre una chica con memoria eterna, sino de una chica adicta al olvido. Y del chico adicto a ella.
La idea surgió de pronto mientras leía varios retellings de mitos griegos. De golpe recordé lo mucho que me fascinaba la mitología, en concreto el poder del Río Leteo para hacer olvidar las vidas pasadas a las almas del inframundo y al poco tuve la suerte de ver una representación del musical Hadestown en Londres, donde se narra de manera muy original la historia de Orfeo y Eurídice. El universo parecía confabularse a mi alrededor y a mí no me quedó más remedio que obedecer. Sentí que por fin había llegado el momento: que mis aptitudes para escribir esta novela, más adulta, introspectiva y emocional que las anteriores, y la historia que quería narrar estaban en el mismo punto, que estaba preparado. La última pieza del puzzle llegó poco después: entendí que quien debía narrar la historia era René, enamorado de Ada desde adolescente, temeroso de que si algún día ella le correspondía y todo se truncaba ella decidiera olvidarle; un poco como hace Nick Carraway en El Grant Gatsby.
Durante un año escribí, borré, cambié (la historia y yo mismo), me bloqueé en varias ocasiones, dudé de si lo que estaba creando tenía sentido y hablé mucho con mucha gente a mi alrededor: sobre la memoria, la culpa, el perdón, la manera en la que a veces olvidamos, pero el cuerpo no… y poco a poco fue tomando forma EL DÍA QUE TE OLVIDE. Por el camino he encontrado pocas respuestas a todas las cuestiones que planteo en sus páginas, pero me siento en paz por haberlas expresado. También orgulloso de haberla terminado y de que esté gustando a los lectores que se acercan a ella. Solo espero que si algún día tú, que lees estas palabras, te adentras en sus páginas, la disfrutes y la recuerdes por mucho, mucho tiempo.
Javier Ruescas
Foto de autor: (c) Oier Rey Delika
El día que te olvide
Javier Ruescas
Contraluz, 424pp., 21,95 €