En la danza del verbo, emerge De la mano del aire, la más reciente entrega lírica de Gregorio Dávila de Tena. Desde su afincamiento en Sevilla, este artífice de la palabra nos ha habituado a la excelencia poética, a un compromiso profundo con el lenguaje que trasciende la mera expresión o anécdota. En este poemario, reverbera el eco de aquel Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez, una exaltación y asombro ante la vida. Un canto que resuena en la voz de Gregorio, un eco que se alza en vuelo lírico.
En De la mano del aire se alza la voz poética de Dávila de Tena entre un coro de voces, una epifanía de poetas, pues entre sus páginas se hallan intertextos que nos sugieren la lectura de parte de la mejor poesía occidental y japonesa. Así, el poeta de Quintana de la Serena se revela como un crisol, un punto de encuentro donde confluye una rica tradición literaria, donde la savia del pasado alimenta la floración del presente. Para comprobar esa fusión, léanse algunos de sus nueve libros anteriores como La limosna de los días, Entre el diamante y la penumbra, Heredar la lluvia o Un hombre que no conoce Nueva York, por mencionar solo los últimos.
El poemario, meticulosamente estructurado, se despliega en cuatro movimientos: «Un respirar en paz», «La música del aire», «Como caña al viento» y «Cuando callan las cerezas». Un conjunto pensado, cuidado al detalle, con un aparato textual abundante y significativo. Cada sección es un jardín secreto, una invitación a la contemplación, un sendero que guía al lector hacia la esencia misma de la poesía.
En el primer movimiento, los verbos hilar y respirar atraviesan estos poemas como un mantra. En «Unidad» manifiesta la importancia de la mirada: «Hoy no quiero nombrar las cosas / sino hilarlas con la mirada / quiero vagar / de mí hacia las cosas». El poema es agradecimiento. Discurso fluido sin puntuación, el poema enumerativo «Respirar (I)»: «para echar el ancla en el regazo / el anzuelo en la entraña / para sanar la grieta de la úlcera / para unir los bordes de la herida».
«La música del aire» explora el enigma, la incertidumbre, el destino. La mirada al entorno natural remite al asombro. «No sé qué significa el graznido del cuervo / ni sé dónde están los claros del bosque / pero al llegar la aurora del niño se despierta / y el girasol abre sus pétalos». La escritura poética se plantea como oficio artesanal, meditado. Entre poemas extensos, otros más breves con aroma a haiku: «Vuelve la lluvia con su enigma / y el cierzo se desliza entre los juncos // la vela se despierta con un temblor de llama / la madera es espiral de silencio».
El tercer movimiento incorpora la mirada asombrosa del niño. La vuelta al pasado queda magníficamente apresada en «El trigo materno»: «Deja que caigan las palabras / al hueco del silencio / a tu boca matriz / donde crece el trigo materno / y el horizonte ejercita la luz». Por otra parte, se muestra la sensación de vacío en la expresión condensada del haiku: «PATIO VACÍO / en un rincón girando / la hojarasca».
En el último, lo más íntimo. En «Piel de invierno», lo corpóreo, con tintes eróticos: «Ven y calienta / mi fría piel de invierno / baldea los rescoldos de tus labios / –un sutil roce de amapolas– / por el témpano de mis huesos». En «Treinta y tres nombres de Dios», la naturaleza, nuestras relaciones, en versos evocadores, nominales y elípticos: «Volver al río / donde pescan renacuajos / ¡escalofrío de la niñez!»; «La luz invernal de la tarde sobre el niño dormido en el vagón». Respirar propicia la vuelta al origen. Como afirma en el epílogo Isaac Páez, el poeta hace «de la versatilidad un don sencillo».
En De la mano del aire importan las sensaciones. El poeta accede al universo desde el cuerpo, lo mínimo, huyendo de lo banal. Esta actitud evoca la literatura oriental, el yo se diluye con lo contemplado. Dávila de Tena despliega estampas que capturan instantes, estaciones, coordenadas reales e imaginarias. Hay decir maravillado, tránsito por las puertas luminosas que el poeta abre con cada verso. Invitación a danzar en el aire, a dejarse llevar por la música.
Jesús Cárdenas
De la mano del aire
Gregorio Dávila de Tena
Averso, 84 pp., 12 €